Page 59 - Fahrenheit 451
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�  ,       -No.
 ci cuenta  kilómetros por hora a través de la ciudad,  él
 gntandole y ella respondiendo a sus gritos, mientras am­  -Quería hablarte de ella. Es extraño.
 ?          -Oh, sé a quién te refieres.
 b s trataban de oír lo que decían, pero oyendo sólo el ru­
 gido del vehículo.   -Estaba seguro de ello.
 -¡Por  lo  menos,  llévalo  al  mínimo!  -vociferaba  -Ella -dijo Mildred, en la oscuridad.
 Montag.    -¿Qué sucede?-preguntó Montag.
 -¿Qué?  -preguntaba ella.  -Pensaba decírtelo. Me he olvidado. Olvidado.
 -¡Llévalo al mínimo, a ochenta! -gritaba él.  -Dímelo ahora. ¿De qué se trata?
 -¿Qué?-chillaba ella.  -Creo que ella se ha ido.
 -;Velocidad! -berreaba él.  -¿Ido?
 � ella aceleró hasta ciento setenta kilómetros por hora  -Toda la  familia se ha trasladado a otro sitio.  Pero
 y de¡ó a su marido sin aliento.   ella se ha ido para siempre, creo que ha muerto.
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 C ando se apearon del vehículo, ella se había puesto  -No podemos hablar de la misma muchacha.
 la rad10 auricular.   -No.  La misma chica.  McClellan.  McClellan. Atro-
 Silencio. Sólo el viento soplaba suavemente.  pellada por un automóvil. Hace cuatro días. No estoy se­
 -Mildred.  gura. Pero creo que ha muerto. De todos modos, la fami­
 Momag rebulló en la cama.  Alargó una mano y sacó  lia  se  ha  trasladado.  No  lo  sé.  Pero  creo  que  ella  ha
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 de la or ¡a de ella una de las diminutas piezas musicales.  muerto.
 -M1ldred. ¡Mildred!  -¡No estás segura de eso!
 -Sí.       -No, segura, no. Pero creo que es así.
 La voz de ella era débil.  -¿Por qué no me lo has contado antes?
           -Lo olvidé.
 Montag sintió que era una de las criaturas insertadas
           -¡Hace cuatro días!
 electrónicamente  entre  las  ranuras  de  las  paredes  de
            -Lo olvidé por completo.
 fonocolor, que hablaba,  pero que sus palabras no  atra­
            -Hace cuatro días -repitió él, quedamente, tendido
 vesa?an  la barrera de cristal.  Sólo podía hacer una pan­
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 t m1ma,  con  la esper nza de que  ella se volviera y le  en la cama.
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 viese. A traves del cnstal, les  era imposible establecer  Permanecieron en la oscura habitación, sin moverse.
 contacto.   -Buenas noches -dijo ella.
 -Mildred,  ¿  te  acuerdas de esa chica de la que te he  Montag oyó un débil roce. Las manos de la mujer se
 hablado?   movieron. El auricular se movió sobre la almohada como
 -¿Qué chica?  una mantis religiosa, tocado por la mano de ella.  Des­
 Mildred estaba casi dormida.  pués, volvió a estar en su oído, zumbando ya.
 -La chica de al lado.  Montag escuchó y su mujer canturreaba entre dientes.
 -¿Qué chica de al lado?  Fuera de  la  casa,  una  sombra se movió,  un  viento
 -Y  a sabes, la que estudia. Se llama Clarisse.  otoñal sopló y amainó en seguida. Peró había algo más
 -¡Oh, sí!  en el silencio  que  él  oía.  Era como  un aliento  exha­
 -Hace unos días que no la veo. Cuatro para ser exac-  lado contra la ventana.  Era como el débil oscilar de  un
 tos. ¿  La has visto tú?   humo  verdoso luminiscente,  el movimiento de una gi�

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