Page 57 - Fahrenheit 451
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«¿ Cómo se consigue quedar tan vacío? -se preguntó   que había sido arrojado desde un acantilado, sacudido en
 Montag-.  ¿ Quién te vacía? ¡ Y aquella horrible  flor del   una centrifugadora y lanzado a una catarata que caía y
 otro día, el diente de león! Lo había  comprendido todo,   caía  hacia  el  vacío  sin  llegar  nunca  a  tocar  el fondo,
 ¿verdad?  "¡Qué vergüenza! ¡No está enamorado de na­  nunca, no del todo; y se caía tan aprisa que tampoco se
 die!"¿ Y por qué no?»   tocaban los lados, nunca, nunca se tocaba nada.
 Bueno, ¿no existía  una  muralla  entre  él  y Mildred,   El estrépito fue apagándose. La música cesó.
 pensándolo bien?  Literalmente, no sólo un muro, sino   -Ya está -dijo Mildred.
 tres, en realidad. Y,  además, muy caros.  Y los tíos,  las   Y,  desde  luego,  era  notable.  Algo  había  ocurrido.
 tías, los primos, las sobrinas, los sobrinos que vivían en   Aunque en las paredes de  la  habitación ape as nada se
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 aquellas  paredes, la farfullante pandilla de simios que no   había movido y nada se había resuelto en realidad, se te­
 decían nada, nada,  y lo  decían a  voz  en  grito. Desde el   nía la  impresión de  que  alguien  había  puesto  en marcha
 principio, Montag se había acostumbrado a llamarlos pa­  una lavadora o que uno había sido absorbido por un gi­
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 rientes. «¿Cómo está hoy, tío Louis?» «¿Quién?» «¿Y tía   gantesco aspirador. Uno se ahogaba en música, y en pura
 Maude?» En realidad,  el recuerdo  más significativo  que   cacofonía.  Montag  salió de la habitación,  sudando y al
 tenía de Mildred era el  de  una niñita en un  bosque  sin   borde del colapso. A su espalda,  Mildred estaba sentada
 á boles  (¡qué  extraño!),  o,  más  bien,  de una  niñita per­  en su butaca, y las voces volvían a sonar:
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 dida  en una  meseta donde  solía  haber  árboles  (podía   -Bueno, ahora todo irá bien -decía una «tía».
 percibirse el recuerdo de sus formas por doquier), sen­  -Oh,  no  estés  demasiado  segura  -replicaba  un
 tada en el centro de la  «sala de estar». La sala de estar   «primo».
 ¡Qué nombre más bien escogido! Llegara cuando llegara,   -Vamos, no te enfades.
 allí estaba Mildred,  escuchando cómo  las paredes le ha­  -¿Quién se enfada?
 blaban.    -¡Tú!
 -¡Hay que hacer algo!   -¿Yo?
 -Sí, hay que hacer algo.  -¡Tú estás furioso!
 -¡Bueno, no nos quedemos aquí hablando!  -¿Por qué habría de estarlo?
 -¡Hagámoslo!  -¡Porque sí!
 -¡Estoy tan furioso que sería capaz de escupir!  -¡Está muy bien! -gritó Montag-. Pero, ¿por qué
 ¿A qué venía aquello? Mildred no hubiese sabido de­  están furiosos?  ¿Quién es esa gente? ¿Quién es ese hom­
 cirlo. ¿Quién estaba furioso contra quién?   bre y quién es esa mujer? ¿Son marido y  ujer, está di­
                                                         �
                                               n:
 Mildred no lo  sabía bien. ¿Qué haría?  «Bueno -se   vorciados, prometidos o qué? Válgame D10s,  nada  uene
 dijo Mildred-, esperemos y veamos.»   relación.
 Él había esperado para ver.   · -Ellos  ... -dijo Mildred-.  Bueno,  ellos  .... ellos han
 Una gran tempestad de sonidos surgió de las paredes.   tenido esta  pelea,  ya lo has visto.  Desde luego, discuten
 La música le bombardeó con un  volumen  tan  intenso,   mucho. Tendrías que oírlos.  Creo que están casados.  Sí,
 que sus  huesos  casi se desprendieron de los  tendones;   están casados. ¿  Por qué?
 sintió que le vibraba la mandíbula que los ojos retembla­  Y si no se trataba de las  tres paredes que  pronto se
 ban  en  su  cabeza.  Era  víctima  de  una  conmoción.   convertirían en cuatro para completar el sueño, entonces,
 Cuando todo hubo pasado, se sintió como un hombre   era el coche descubierto y Mildred conduciendo a ciento

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