Page 53 - Fahrenheit 451
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La gente salió corriendo de las casas a todo lo largo de   -No quiero luz.
 la calle.   -Acuéstate.
 No hablaron durante el camino de  regreso al cuartel.   Montag oyó cómo ella se mov�a impaciente; los resor-
 Rehuían mirarse· entre sí. Montag iba sentado en el banco   tes de la cama chirriaron.
 delantero con Beatty  y con Black.  Ni  siquiera fumaron   -¿Estás borracho?
 sus  pipas.  Permanecían  quietos,  mirando  por  la parte  De  modo  que  era la  mano  que  lo  había  empezado
 '
 frontal de  la gran salamandra mientras doblaban una es-  todo. Sintió una mano y, luego, la otra que desabrochaba
 quina y proseguían avanzando silenciosamente.   su chaqueta y la dejaba caer en el suelo. Sostuvo sus  an­
                                                         p
 -Joven Ridley -dijo Montag por último.  talones sobre un abismo y los dejó caer  en la oscundad.
 -¿Qué? -preguntó Beatty.  Sus manos estaban hambrientas. Y sus ojos empezaban a
 -Ella ha dicho  «joven  Ridley».  Cuando  hemos lle-  estarlo también,  como si tuviera necesidad de ver algo,
 gado  a la puerta, ha dicho algo absurdo. «Pórtate  como   cualquier cosa, todas las cosas.
 un hombre, joven Ridley», ha dicho. Y no sé qué más.   -¿Qué estás haciendo?-preg ntó su esposa.
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 -«Por la gracia de Dios, encenderemos hoy en Ingla­  Montag se balanceó en el espacio con el libro entre sus
 terra tal  hoguera  que  confío  en que nunca se  apagará»   dedos sudorosos y fríos.
 -dijo Beatty.  Al cabo de un minuto, ella insistió:
 Stoneman lanzó una mirada al capitán, lo mismo que  -Bueno, no te quedes plantado en medio de la habi-
 Montag, atónitos ambos.   tación.
 Beatty se frotó la barbilla.   Él produjo un leve sonido.
 -Un hombre  llamado  Latimer dijo esto  a otro  lla­  -¿Qué? -preguntó Mildred.
 mado  Ridley mientras eran quemados vivos  en  Oxford,   Montag  produjo  más sonidos  suaves.  Avan o dan�o
                                                     :
 por herejía, el 16 de octubre de 1555.   traspiés hacia la cama y metió, torpemente, el h?ro ba¡ �
 Montag y Stoneman  volvieron a contemplar la calle   la fría almohada. Se dejó caer en la cama y su mu¡er lanzo
 que parecía moverse bajo las ruedas del vehículo   una exclamación, asustada.  Él yacía lejos de ella, al otro
 -Conozco  muchísimas sentencias -dijo  Beatty-.  lado del dormitorio, en una isla invernal separada por un
 Es  algo  necesario para la mayoría  de  los capitanes de   mar vacío.  Ella le habló desde  lo que parecía una gran
 bomberos.  A  veces,  me  sorprendo  a  mí  mismo.  ¡ Cui­  distancia, y se refirió a esto y aquello, y no eran más que
 dado, Stoneman!   palabras,  como las  ue  había  escuchado  en el cuarto de
                            q
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 Stoneman frenó el vehículo.   los niños de un amigo, de  boca de  un pequeno de  dos
 -¡Diantre!  -exclamó Beatty-.  Has dejado atrás la   años que articulaba sonidos al aire. Pero Montag no con­
 esquina por la que doblamos para ir al cuartel.   testó y, al cabo de  mucho rato, cuando sólo él prod cía
                                                          �
          los leves sonidos, sintió que  ella se  movía en la habita­
          ción, se  acercaba a su cama, se  inclinaba sobre él y le to­
 -¿Quién es?  caba una mejilla con la mano.  Montag estaba seguro de
 -¿Quién podría ser? -dijo Montag, apoyándose  en  que  cuando ella retirara la mano de su rostro,  la encon­
 la oscuridad contra la puerta cerrada.   traría mojada.
 Su mujer dijo, por fin:
 -Bueno, enciende la luz.

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