Page 55 - Fahrenheit 451
P. 55

Más avanzada la noche, Montag miró a Mildred. Es­  -¿No puedes recordarlo?
 taba despierta. Una débil melodía flotaba en el aire, y su  -Hace mucho tiempo.
 radio  auricular  volvía  a  estar  enchufada  en  su  oreja,  -¡Sólo diez años, eso es todo, sólo diez!   .
 mientras escuchaba a  gente lejana de lugares remotos,  -No te excites, estoy tratando de pensar. -M1ldred
 con unos ojos muy abiertos que contemplaban las negras  emitió una extraña risita que  fue haciéndose más y más
 profundidades que había sobre ella, en el techo.   aguda-.  ·Qué  curioso!  ¡Qué curioso no acordarse de
 ¿No había un viejo chiste acerca de la mujer que ha­  dónde o c�ándo se conoció al marido o a la mujer!
 blaba tanto por  teléfono  que  su  esposo,  desesperado,  Montag se frotaba los ojos, las cejas y la nuca, co len­
                                                       �
 tuvo que correr a la tienda más próxima para telefonearle  tos  movimientos. Apoyó ambas manos sobre sus o os y
                                                        �
                                      _
 y preguntar qué  había para la cena?  Bueno,  entonces,  apretó con firmeza,  como  para  1 c:l1star la memona en
                                       �
 ¿por qué no se compraba él una emisora para radio auricu­  su sitio. De  pronto, resultaba mas importante que cual­
 lar y hablaba con su esposa ya avanzada la noche, murmu­  quier otra cosa en su vida saber dónde había conocido a
 rando,  susurrando,  gritando,  vociferando?  Pero,  ¿qué  le  Mildred.
 susurraría, qué le chillaría? ¿Qué hubiese podido decirle?   -No importa.
 Y, de repente,  le resultó tan  extraña que Montag no  Ella estaba ahora en el cuarto de baño, y Montag oyó
 pudo creer que la conociese. Estaba en otra casa, como  correr el agua y el ruido que hizo Mildred al beberla.
 esos chistes que contaba la gente acerca del caballero em­  -No, supongo que no -dijo.
 briagado que llegaba a casa ya entrada la noche, abría una  Trató de contar cuántas  veces tragaba, y penso en la
 puerta que no era la suya, se metía en una habitación que  visita de los dos operarios co los cig rr�llos en sus  ?ocas
                                   r:i
                                          �
 no era la suya, se acostaba con una desconocida, se levan­  rectilíneas y la serpiente de OJO electromc descendiendo
                                              �
 taba temprano y se marchaba a trabajar sin que ninguno  a través de capas y capas de noche r  de piedra y de a ua
                                                         �
                                             _
 de los dos hubiese notado nada.  remansada  de  primavera,  y  deseo  gntar  a  su  mu¡er:
 -Millie  ... -susurró.  «·Cuántas  te  has  tomado  esta  noche?  ¡Las  cápsulas!
 -¿Qué?   '
         · Cuántas te tomarás después sin saberlo?  j  Y seguir así
                                              .
                                                     -
                                                         '  y
 -No me proponía asustarte. Lo que quiero saber es  ...  hora tras hora!  ¡Y quizá no esta noc  h  e smo manana.  j
 -Di.    yo sin dormir esta noche, ni mañana, ni ninguna otra du­
 -Cuándo nos encontramos. Y dónde.  rante mucho tiempo,  ahora  que esto ha. empezado!» Y
 -¿  Cuándo nos encontramos para  qué? -preguntó  Montag se la imaginó tendida e la cama,  con los dos
                                       �
                                           .
 ella.   operarios erguidos a su  lado,  no mclmados con preocu­
 -Quiero decir  ... por primera vez.   pación,  sino  erguidos,  con  los braz s  cruzad s.  Y re­
                                           �
                                                    �
 Morttag  comprendió  que ella estaría  frunciendo el  cordó haber pensado entonces, que s1 ella mona,  estaba
 ceño en la oscuridad.  seguro que no había de llorar Porque sería la muerte de
                                    :
                                                      _
 Aclaró conceptos:   una desconocida  un rostro visto en la calle, una imagen
 -¿Dónde y cuándo nos conocimos?  del periódico; y, 'de repente, le resultó todo  an triste que
                                                 �
 -¡Oh! Pues fue en  ...  había empezado a llorar, no por la muerte, smo al pensar
 La mujer calló.   que  no lloraría  cuando  Mildred mu iera,  n  absurdo
                                            �
                                                  �
 -No lo sé -reconoció al fin.  hombre vacío junto a una absurda mu¡er vac1a, en tanto
 Montag sintió frío.  que la hambrienta serpiente la dejaba aún más vacía.
 52                                                     53
   50   51   52   53   54   55   56   57   58   59   60