Page 158 - Fahrenheit 451
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Y se sorprendió de saber cuán seguro se sentía de re­           hombres estaban dando forma.  No sólo era el fuego, lo
            pente de un hecho que le era imposible probar.                    distinto. También lo era el silencio. Montag se movió ha­
              En  una  ocasión,  mucho tiempo atrás,  Clarisse había          cia aquel  silencio especial,  relacionado con  todo lo del
            andado por allí, donde él andaba en aquel momento.                mundo.
                                                                                 Y,  entonces,  empezaron a sonar voces, y estaban ha­
                                                                              blando, pero Montag no pudo oír nada de lo que decían,
              Media  hora más  tarde,  frío,  moviéndose  cuidadosa­          aunque  el  sonido  se elevaba y  bajaba  lentamente, y las
            mente por la vía, bien consciente de su propio cuerpo, de         voces conocían la tierra, los árboles y la ciudad que se ex­
            su rostro, de su boca, con los ojos llenos de negrura, los        tendía junto al río, en el extremo de la vía. Las voces ha­
            oídos llenos de sonidos, sus piernas cubiertas de briznas         blaban  de todo,  no  había  ningún  tema prohibido.  Mon­
           y de ortigas, vio un fuego ante él.                                tag lo comprendió por la cadencia y el tono de curiosidad
              El fuego desapareció, volvió a percibirse, como un ojo          y sorpresa que había en ellas.
           que parpadeara. Montag se detuvo, generoso de apagar el               Entonces, uno de los hombres levantó la mirada y le
            fuego  con  un  solo  suspiro.  Pero el  fuego  estaba allí,  y   vio, por primera y quizá por séptima vez, y una voz gritó
           Montag se fue acercando cautelosamente.  Necesitó casi             a Montag:
           quince minutos para estar muy próximo a él y, entonces,               -¡Está bien, ya puedes salir!
           lo  observó  desde  un  refugio.  Aquel  pequeño  movi­               Montag retrocedió entre las sombras.
           miento, el calor blanco y rojo, un fuego extraño, porque              -No tema -dijo la voz-. Sea usted bien venido.
           para él significaba algo distinto.                                    Montag se adelantó lentamente hacia el fuego, y hacia
              No estaba quemando. ¡Estaba calentando!                         los  cinco viejos allí sentados,  vestidos  con  pantalones y
              Montag vio muchas manos  alargadas hacia su  calor,             chaquetas de color azul oscuro. No supo qué decirles.
           manos sin brazos, ocultos en la oscuridad. Sobre las ma­              -Siéntese -dijo el hombre que parecía ser el iefe del
           nos, rostros inmóviles que parecían oscilar con el variable        pequeño grupo-. ¿ Quiere café?
           resplandor de las llamas. Montag no había supuesto que                Montag contempló la humeante inÍüsión que era ver­
           el  fuego  pudiese  tener aquel aspecto. Jamás se le había         tida en un vaso plegable de aluminio y que seguidamente
           ocurrido que podía dar lo mismo que quitaba. Incluso su            pusieron en sus manos. Montag sorbió cautelosamente el
           olor era distinto.                                                 brebaje  y se dio cuenta de que los hombres le miraban
              No supo cuánto tiempo permaneció de aquel  modo,                con curiosidad. Se quemó los labios, pero aquello resul­
           pero había una sensación  absurda y, sin embargo, deli­            taba agradable.  Los rostros que le rodeaban eran barbu­
           ciosa,  en saberse como un animal surgido  del bosque,             dos, pero las barbas eran limpias,  pulcras, lo mismo que
           atraído por el fuego. Permaneció quieto mucho rato, es­            las manos. Se habían levantado como para dar la bienve­
           cuchando el cálido chisporroteo de las llamas.                     nida  a  un  invitado,  y,  entonces, volvieron  a  sentarse.
              Había un silencio reunido en torno a aquella hoguera,           Montag sorbió el café
           y el silencio  estaba en los rostros de los  hombres,  y el           -Gracias -dijo-. Muchísimas gracias
           tiempo estaba allí,  tiempo suficiente para sentarse junto a          -Sea usted bien venido, Montag. Y  o me llamo Gran-
           la vía enmohecida bajo los árboles, contemplar el mundo            ger.  -El hombre  alargó  una  botellita  de líquido  inco­
           y darle vuelta con los ojos, como si estuviera sujeto en el        loro-.  Beba esto,  también.  Cambiará la composición
           centro de la hoguera un  pedazo  de acero al que aquellos          química de su transpiración. Dentro de media hora, olerá

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