Page 159 - Fahrenheit 451
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Y se sorprendió de saber cuán seguro se sentía de re­  hombres estaban dando forma.  No sólo era el fuego, lo
 pente de un hecho que le era imposible probar.   distinto. También lo era el silencio. Montag se movió ha­
 En  una  ocasión,  mucho tiempo atrás,  Clarisse había   cia aquel  silencio especial,  relacionado con  todo lo del
 andado por allí, donde él andaba en aquel momento.   mundo.
            Y,  entonces,  empezaron a sonar voces, y estaban ha­
         blando, pero Montag no pudo oír nada de lo que decían,
 Media  hora más  tarde,  frío,  moviéndose  cuidadosa­  aunque  el  sonido  se elevaba y  bajaba  lentamente, y las
 mente por la vía, bien consciente de su propio cuerpo, de   voces conocían la tierra, los árboles y la ciudad que se ex­
 su rostro, de su boca, con los ojos llenos de negrura, los   tendía junto al río, en el extremo de la vía. Las voces ha­
 oídos llenos de sonidos, sus piernas cubiertas de briznas   blaban  de todo,  no  había  ningún  tema prohibido.  Mon­
 y de ortigas, vio un fuego ante él.   tag lo comprendió por la cadencia y el tono de curiosidad
 El fuego desapareció, volvió a percibirse, como un ojo   y sorpresa que había en ellas.
 que parpadeara. Montag se detuvo, generoso de apagar el   Entonces, uno de los hombres levantó la mirada y le
 fuego  con  un  solo  suspiro.  Pero el  fuego  estaba allí,  y   vio, por primera y quizá por séptima vez, y una voz gritó
 Montag se fue acercando cautelosamente.  Necesitó casi   a Montag:
 quince minutos para estar muy próximo a él y, entonces,   -¡Está bien, ya puedes salir!
 lo  observó  desde  un  refugio.  Aquel  pequeño  movi­  Montag retrocedió entre las sombras.
 miento, el calor blanco y rojo, un fuego extraño, porque   -No tema -dijo la voz-. Sea usted bien venido.
 para él significaba algo distinto.   Montag se adelantó lentamente hacia el fuego, y hacia
 No estaba quemando. ¡Estaba calentando!  los  cinco viejos allí sentados,  vestidos  con  pantalones y
 Montag vio muchas manos  alargadas hacia su  calor,   chaquetas de color azul oscuro. No supo qué decirles.
 manos sin brazos, ocultos en la oscuridad. Sobre las ma­  -Siéntese -dijo el hombre que parecía ser el iefe del
 nos, rostros inmóviles que parecían oscilar con el variable   pequeño grupo-. ¿ Quiere café?
 resplandor de las llamas. Montag no había supuesto que   Montag contempló la humeante inÍüsión que era ver­
 el  fuego  pudiese  tener aquel aspecto. Jamás se le había   tida en un vaso plegable de aluminio y que seguidamente
 ocurrido que podía dar lo mismo que quitaba. Incluso su   pusieron en sus manos. Montag sorbió cautelosamente el
 olor era distinto.   brebaje  y se dio cuenta de que los hombres le miraban
 No supo cuánto tiempo permaneció de aquel  modo,   con curiosidad. Se quemó los labios, pero aquello resul­
 pero había una sensación  absurda y, sin embargo, deli­  taba agradable.  Los rostros que le rodeaban eran barbu­
 ciosa,  en saberse como un animal surgido  del bosque,   dos, pero las barbas eran limpias,  pulcras, lo mismo que
 atraído por el fuego. Permaneció quieto mucho rato, es­  las manos. Se habían levantado como para dar la bienve­
 cuchando el cálido chisporroteo de las llamas.   nida  a  un  invitado,  y,  entonces, volvieron  a  sentarse.
 Había un silencio reunido en torno a aquella hoguera,   Montag sorbió el café
 y el silencio  estaba en los rostros de los  hombres,  y el   -Gracias -dijo-. Muchísimas gracias
 tiempo estaba allí,  tiempo suficiente para sentarse junto a   -Sea usted bien venido, Montag. Y  o me llamo Gran-
 la vía enmohecida bajo los árboles, contemplar el mundo   ger.  -El hombre  alargó  una  botellita  de líquido  inco­
 y darle vuelta con los ojos, como si estuviera sujeto en el   loro-.  Beba esto,  también.  Cambiará la composición
 centro de la hoguera un  pedazo  de acero al que aquellos   química de su transpiración. Dentro de media hora, olerá

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