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con los bomberos y el sol quemaba el Tiempo, ello signi granja que había visitado de niño, una de las pocas veces
ficaría que todo había de arder. en que había descubierto que, más allá de los siete velos
Alguno de ellos tendría que dejar de quemar. El sol, de la irrealidad, más allá de las paredes de los salones y de
no, por supuesto. Según todas las apariencias, tendría que los fosos metálicos de la ciudad las vacas pacían la hierba,
ser Montag, así como las personas con quienes había tra los cerdos se revolcaban en las ciénagas a mediodía y los
bajado hasta unas pocas horas antes. En algún sitio ha perros ladraban a las blancas ovejas, en las colinas.
bría que empezar a ahorrar y a preservar cosas para que Ahora, el olor a heno seco, el movimiento del agua, le
todo tuviera un nuevo inicio, y alguien tendría que ocu hizo desear echarse a dormir sobre el heno en un solita
parse de ello, de una u otra manera, en libros, en discos, rio pajar, lejos de las ruidosas autopistas, detrás de una
en el cerebro de la gente, de cualquier manera con tal de tranquila granja y bajo un antiguo molino que susurrara
que fuese segura, al abrigo de las polillas, de los pececi sobre su cabeza como el sonido de los años que transcu
llos de plata, del óxido, del moho y de los hombres con rrían. Permaneció toda la noche en el pajar, escuchando
cerillas. El mundo estaba lleno de llamas de todos los ti el rumor de los lejanos animales, de los insectos y de los
pos y tamaños. Ahora, el gremio de los tejedores de as árboles, así como los leves e infinitos movimientos y su
bestos tendría que abrir muy pronto su establecimiento. surros del campo.
Montag sintió que sus pies tocaban tierra, pisaban gui «Durante la noche -pensó-, bajo el cobertizo qui
jarros y piedras, se hundían en arena. El río le había em zás oyese un sonido de pasos. Se incorporaría lleno de
pujado hacia la orilla. tensión. Los pasos se alejarían. Volvería a tenderse y mi
Contempló la inmensa y negra criatura sin ojos ni luz, raría por la ventana del cobertizo, muy avanzada la no
sin forma, con sólo un tamaño que se extendía dos milla che, y vería apagarse las luces de la granja, hasta que una
res de kilómetros sin desear detenerse, con sus colinas mujer muy joven y hermosa se sentaría junto a una ven
cubiertas de hierba y sus bosques que le esperaban. tana apagada, cepillándose el pelo. Resultaría difícil verla,
Montag vaciló en abandonar el amparo del agua. Te pero su rostro sería como el de aquella muchacha, tan re
mía que el Sabueso estuviese allí. De pronto, los árboles mota ya en su pasado, la muchacha que sabía lo que sig
podían agitarse bajo las aspas de multitud de helicóp nificaban las flores de diente de león frotadas contra la
teros. barbilla. Luego, la mujer se alejaría de la ventana, para
Pero sólo había la brisa otoñal corriente, que discurría reaparecer en el piso de arriba, en su habitación ilumi
como otro río. ¿Por qué no andaba el Sabueso por allí? nada por la luna. Y, entonces, bajo el sonido de la
¿Por qué la búsqueda se había desviado hacia el interior? muerte, el sonido de los reactores que partían el cielo en
Montag escuchó. Nada. Nada. dos, yacería en el cobertizo, oculto y seguro, contem
«Millie -pensó-. Toda esta extensión aquí. ¡Escú plando aquellas extrañas estrellas en el borde de la tierra,
chala! Nada y nada. Tanto silencio, Millie, que me pre huyendo del suave resplandor del alba.»
gunto qué efecto te causaría. ¿Te pondrías a gritar: "¡Ca Por la mañana, no hubiese tenido sueño, porque todos
lla, calla!" Millie, Millie ?» los cálidos olores y las visiones de una noche completa en
Y se sintió triste. el campo le hubiesen descansado aunque sus ojos hubie
Millie no estaba allí, ni tampoco el Sabueso, pero sí el ran permanecido abiertos, y su boca, cuando se le ocurrió
aroma del heno, que llegaba desde algún campo lejano y pensar en ella, mostraba una leve sonrisa.
que indujo a Montag a subir a tierra firme. Recordó una Y allí, al pie de la escalera del cobertizo, esperándole,
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