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habría  algo  increíble.  Montag  descendería  cuidadosa­            La silueta se diluyó. Los ojos desaparecieron. Las ho­
           mente, a la luz rosada del amanecer, tan consciente del            jas secas se agitaron.
           mundo que sentiría miedo, y se inclinaría sobre el pequeño           Montag estaba solo en la selva.
           milagro, hasta que, por fin, se agacharía para tocarlo.              Un gamo. Montag olió el denso perfume almizclado y
              Un vaso de leche fresca, algunas peras y manzanas es­           el olor a hierba del aliento del animal, en aquella noche
           taban al pie de la escalera.                                       eterna en  que los árboles parecían correr hacia él,  apar­
              Aquello era todo lo que deseaba. Algún signo de que             tarse, correr, apartarse, al impulso de los latidos de su co­
           el inmenso  mundo  le aceptaría y le concedería todo el            razón.
           tiempo que necesitaba para pensar lo que debía ser pen­              Debía  de  haber  billones de hojas en aquella tierra;
           sado.                                                             Montag se abrió paso entre ellas, un río seco que olía a
              Un vaso de leche, una manzana, una pera.                        trébol  y  a  polvo.  ¡  Y  a  otros  olores!  Había un aroma
              Montag se alejó del río.                                       como a patata cortada, que subía de toda la tierra, áspero,
              La tierra corrió  hacia  él  como una marea. Fue en­           frío y blanco debido al hecho de haber estado iluminado
           vuelto por la oscuridad y por el aspecto del campo, y por         por el claro de luna la mayor parte de la noche. Había un
           el millón de olores que llevaba un viento que le helaba el        olor como de pepinillo de una botella y como de perejil
           cuerpo.  Retrocedió ante el ímpetu de la oscuridad,  del          de la cocina casera. Había un débil olor amarillento como
           sonido y  del  olor; le zumbaban los oídos. Dio media             a mostaza. Había un olor como de claveles del jardín ve­
           vuelta. Las estrellas brillaban sobre él como meteoros lla­       cino.  Montag tocó el  suelo con la mano y sintió que la
           meantes. Montag sintió deseos de zambullirse de nuevo             maleza le acariciaba.
           en el río y dejar que le arrastrara a salvo hasta algún lugar        Se irguió jadeante, y cuanto más inspiraba el perfume
           más lejano. Aquella oscura tierra que se elevaba era como         de la tierra, más lleno se sentía de todos sus detalles. No
           cierto día de su infancia, en que había ido a nadar, y una        estaba vacío. Allí había más de lo necesario para llenarle.
           ola surgida de la nada, la mayor que recordaba la Histo­          Siempre habría más que suficiente.
           ria, le envolvió en barro salobre y en oscuridad verdosa;            Avanzó por entre el espesor de hojas caídas, vacilante.
           el agua le quemaba la boca y la nariz, alborotándole el es­       Y, en medio de aquel ambiente desconocido, algo fami­
           tómago. ¡Demasiada agua!                                          liar.
              ¡Demasiada tierra!                                                Su pie tropezó con algo que sonó sordamente.
              Desde la oscura pared frente a él, una silueta. En la si­         Movió su mano en el suelo, un metro hacia aquí, un
           lueta, dos ojos. La noche, observándole. El bosque, vién­         metro hacia allá.
           dole.                                                                La vía del tren.
              ¡El Sabueso!                                                      La vía que salía de la ciudad y  atravesaba la tierra,  a
              Después de tanto  correr y apresurarse, de tantos su­          través de bosques y selvas, desierta ahora, junto al río.
           dores y peligros,  de haber llegado tan lejos,  de haberse          Allí  estaba  el camino que conducía adonde quiera se
           esforzado tanto, y de creerse a salvo,  y de suspirar, ali­       dirigiese. Aquí había lo único familiar, el mágico encanto
           viado  ... para salir a tierra firme y encontrarse con  ...       que necesitaría toqr,  sentir bajo sus  pies,  mientras se
              ¡El Sabueso!                                                   adentrara en las zarzas y los lagos de olor y de sensacio­
              Montag lanzó un último grito de dolor, como si aque­           nes, entre los susurros y la caída de las hojas.
           llo fuera demasiado para cualquier hombre.                          Montag avanzó, siguiendo la vía.

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