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necesitase treinta segundos, cuarenta segundos para reco­  vez, una y otra vez. ¡Dios, Dios! Dejó caer un libro, inte­
 rrer la distancia. ¿Los vehículos? Una vez en marcha, po­  rrumpió la carrera, casi se volvió, cambió de idea, siguió
 dían recorrer tres manzanas en unos quince segundos. De   adelante, chillando en el vacío de cemento, en tanto que
 modo que, incluso si a mitad de la travesía empezase a   el vehículo parecía correr tras sus pasos, a sesenta metros
 correr ...   de distancia, a treinta,  a veinticinco,  a veinte;  y Montag
 Adelantó  el  pie  derecho;  después,  el  izquierdo  y,   jadeaba,  agitaba las  manos,  movía las piernas,  arriba  y
 luego, el derecho. Pisó la vacía avenida.   abajo, más cerca, sudoroso, gritando con los ojos ardien­
 Incluso aunque  la  calle estuviese totalmente vacía,   tes y la cabeza vuelta para enfrentarse con el respland r
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 claro está, no podía tener la  seguridad de cruzarla sin   de los faros. Luego, el vehículo fue tragado por su propia
 riesgo,  porque,  de repente,  podía aparecer  un vehículo   luz, no fue más que una antorcha que se precipitaba so­
 por el cambio de rasante a cuatro manzanas de distancia   bre él; todo estrépito y resplandor.  ¡De pronto, casi se le
 y estar a tu altura o más allá antes de haber podido respi­  echó encima!
 rar una docena de veces.   Montag dio un traspiés y cayó.
 Montag  decidió  no  contar  sus  pasos.  No miró a iz­  «¡Estoy listo! ¡Todo ha terminado!»
 quierda ni a derecha. La luz de los faroles parecía tan bri­  Pero la caída le salvó. Un instante antes de alcanzarle,
 llante y reveladora como el sol de mediodía, e igualmente   el  raudo vehículo se desvió. Desapareció.  Montag  yacía
 cálida. Escuchó el  sonido del  vehículo que aceleraba, a   de bruces, con la cabeza gacha. Hasta él llegó  el  eco de
 dos manzanas de distancia, por la derecha. Sus faros mó­  unas  carcajadas,  al mismo tiempo  que  el sonido del es­
 viles se desplazaron bruscamente y enfocaron a Montag.   cape del vehículo.
 «Sigue adelante. »   Tenía la mano derecha extendida sobre él, llana. Al le­
 Montag vaciló, apretó los libros con mayor fuerza, y   vantar la mano vio, en la punta de su dedo corazón, una
 reanudó su andar pausado.  Ahora, estaba a mitad de la   delgada línea negra, allí donde el neumático le había ro­
 avenida, pero el zumbido de los motores del vehículo se   zado al  pasar.  Montag  miró  con incredulidad aquella lí­
 hizo más agudo cuando éste aumentó su velocidad.   nea media, mientras se ponía en pie.
 «La  Policía,  desde  luego.  Me ven.  Pero,  despacio,   «No era la Policía », pensó.
 ahora, despacio, tranquilo, no te vuelvas,  no mires,  no   Miró  avenida  abajo.  Ahora,  resultaba  claro.  Un ve­
 parezcas preocupado. Camina, eso es, camina, camina ...  »   hículo lleno de chiquillos, de todas las edades, entre los
 El vehículo  se  precipitaba.  El vehículo zumbaba.  El   doce y los dieciséis años, silbando, vociferando, vitorea ­
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 vehículo  aceleraba.  El  vehículo  se  acercaba  veloz.   do,  habían visto a un hombre, un espectáculo extraordi­
 El vehículo recorría una trayectoria silbante,  disparado   nario,  un  hombre  caminando,  una  rareza,  y  habían
 por un rifle invisible.  Iba a unos doscientos kilómetros   dicho:  «Vamos a por él»,  sin saber que era  el  fugitivo
 por hora. Iba,  como  mínimo,  a  más de  doscientos  por   Mr. Montag. Sencillamente, cierto número de muchachos
 hora. Montag apretó las mandíbulas. El calor de los faros   que habían salido a tragar  kilómetros  durante las horas
 del vehículo quemó sus mejillas, le hizo parpadear y heló   de luna,  con los  rostros  helados por el viento y que re­
 el sudor que le resbalaba por el rostro.   gresarían o no a casa al amanecer, vivos o sin vida. Aque­
 Empezó a  arrastrar  estúpidamente los pies,  a hablar   llo era una aventura.
 consigo mismo. Y,  de repente, dio un respingo y echó a   «Me hubiesen matado -pensó  Montag,  balanceán­
 correr.  Alargó las piernas tanto como pudo,  una y otra   dose. El aire aún se estremecía y el polvo se arremolinaba

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