Page 141 - Fahrenheit 451
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necesitase treinta segundos, cuarenta segundos para reco vez, una y otra vez. ¡Dios, Dios! Dejó caer un libro, inte
rrer la distancia. ¿Los vehículos? Una vez en marcha, po rrumpió la carrera, casi se volvió, cambió de idea, siguió
dían recorrer tres manzanas en unos quince segundos. De adelante, chillando en el vacío de cemento, en tanto que
modo que, incluso si a mitad de la travesía empezase a el vehículo parecía correr tras sus pasos, a sesenta metros
correr ... de distancia, a treinta, a veinticinco, a veinte; y Montag
Adelantó el pie derecho; después, el izquierdo y, jadeaba, agitaba las manos, movía las piernas, arriba y
luego, el derecho. Pisó la vacía avenida. abajo, más cerca, sudoroso, gritando con los ojos ardien
Incluso aunque la calle estuviese totalmente vacía, tes y la cabeza vuelta para enfrentarse con el respland r
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claro está, no podía tener la seguridad de cruzarla sin de los faros. Luego, el vehículo fue tragado por su propia
riesgo, porque, de repente, podía aparecer un vehículo luz, no fue más que una antorcha que se precipitaba so
por el cambio de rasante a cuatro manzanas de distancia bre él; todo estrépito y resplandor. ¡De pronto, casi se le
y estar a tu altura o más allá antes de haber podido respi echó encima!
rar una docena de veces. Montag dio un traspiés y cayó.
Montag decidió no contar sus pasos. No miró a iz «¡Estoy listo! ¡Todo ha terminado!»
quierda ni a derecha. La luz de los faroles parecía tan bri Pero la caída le salvó. Un instante antes de alcanzarle,
llante y reveladora como el sol de mediodía, e igualmente el raudo vehículo se desvió. Desapareció. Montag yacía
cálida. Escuchó el sonido del vehículo que aceleraba, a de bruces, con la cabeza gacha. Hasta él llegó el eco de
dos manzanas de distancia, por la derecha. Sus faros mó unas carcajadas, al mismo tiempo que el sonido del es
viles se desplazaron bruscamente y enfocaron a Montag. cape del vehículo.
«Sigue adelante. » Tenía la mano derecha extendida sobre él, llana. Al le
Montag vaciló, apretó los libros con mayor fuerza, y vantar la mano vio, en la punta de su dedo corazón, una
reanudó su andar pausado. Ahora, estaba a mitad de la delgada línea negra, allí donde el neumático le había ro
avenida, pero el zumbido de los motores del vehículo se zado al pasar. Montag miró con incredulidad aquella lí
hizo más agudo cuando éste aumentó su velocidad. nea media, mientras se ponía en pie.
«La Policía, desde luego. Me ven. Pero, despacio, «No era la Policía », pensó.
ahora, despacio, tranquilo, no te vuelvas, no mires, no Miró avenida abajo. Ahora, resultaba claro. Un ve
parezcas preocupado. Camina, eso es, camina, camina ... » hículo lleno de chiquillos, de todas las edades, entre los
El vehículo se precipitaba. El vehículo zumbaba. El doce y los dieciséis años, silbando, vociferando, vitorea
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vehículo aceleraba. El vehículo se acercaba veloz. do, habían visto a un hombre, un espectáculo extraordi
El vehículo recorría una trayectoria silbante, disparado nario, un hombre caminando, una rareza, y habían
por un rifle invisible. Iba a unos doscientos kilómetros dicho: «Vamos a por él», sin saber que era el fugitivo
por hora. Iba, como mínimo, a más de doscientos por Mr. Montag. Sencillamente, cierto número de muchachos
hora. Montag apretó las mandíbulas. El calor de los faros que habían salido a tragar kilómetros durante las horas
del vehículo quemó sus mejillas, le hizo parpadear y heló de luna, con los rostros helados por el viento y que re
el sudor que le resbalaba por el rostro. gresarían o no a casa al amanecer, vivos o sin vida. Aque
Empezó a arrastrar estúpidamente los pies, a hablar llo era una aventura.
consigo mismo. Y, de repente, dio un respingo y echó a «Me hubiesen matado -pensó Montag, balanceán
correr. Alargó las piernas tanto como pudo, una y otra dose. El aire aún se estremecía y el polvo se arremolinaba
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