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allí. Algo en  su interior  le indujo a  detenerse  y, luego, le   mano de  astillas de la  verja, la  molestia se hizo p r fin,
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 abatió:  soportable. Y la  ierna  ac bó P r ser  u propia  pierna.
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 Permaneció donde había caído, con las piernas dobla­  Montag había temido que si corn podna romperse el to­
                                       �
 das y el rostro hundido en la grava.  billo insensibilizado.  Ahora, asp1rando la  noche por  la
 Beatty había deseado morir.   boca abierta, y exhalando un tenue  lien o, pues toda  l
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 En  medio de  su  sollozo, Montag  comprendió  que  negrura había  permanecido  en  su  mtenor,  emprend10
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 era  verdad.  «Beatty  quería  morir.  Permaneció  quieto  una caminata  a paso acelerado. Llevaba  los libros  en las
 allí, sin tratar de  salvarse.  Se  limitó a permanecer  allí,  manos.
 bromeando, hostigándole, pensó Montag. Y  este pensa­  Pensó en Faber.
 miento fue suficiente para  acallar sus sollozos y permi­  Faber estaba  en  aquel humeante montón  de carbón
 tirle hacer una pausa para  respirar.  ¡Cuán extraño desear   que carecía ya de  identidad.  Había  quemado  a  Faber
 tanto la muerte como para  permitir a un hombre andar a  también. Esta idea le impresionó tanto que tuvo la sensa­
 su  alrededor con armas, y, luego, en vez de  callar y per­  ción de que  Faber  estaba muerto de verdad, totalmente
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 manecer  vivo,  empezar  a gritarle  a  la  gente  y a burlarse  cocido  en  aquella diminuta cápsula  ver� perdida  en  el
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 de ella hasta conseguir enfurecerla! Y entonces  ...  »  bolsillo de un hombre que ahora  apenas si era un esque-
 A lo lejos, ruido de pasos que corrían.  leto, unido con tendones de asfalto.
 Montag se irguió. «Larguémonos de aquí. Vamos, le­  «Tienes  que  recordarlo:  quémalos  o  te  q emaran
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 vántate, levántate, no puedes quedarte ahí sentado.» Pero   -pensó Montag-. En este momento, resulta asi de sen-
 aún estaba llorando, y había que  terminar aquello.  Iba a   cillo.»
 marcharse. No había querido matar a nadie  ni siquiera a  Buscó en sus bolsillos: el dinero seguía allí. Y en otro
 Beatty.  Se  le  contrajo la carne, como si  la  hubieran  su­  bolsillo  encontró la radio auricular normal con la que la
 mergido en un ácido. Sintió náuseas. Volvió a  ver a Beat­  ciudad hablaba  consigo misma  en  la fría oscuridad de la
 ty, convertido en  antorcha  sin moverse  ardiendo  en  la  madrugada
                                                    .
                                         .  .
 hierba. Montag se mordió los nudillos.  «Lo siento, lo  -Policía, alerta. Se  busca:  fugmvo  en la cmdad. Ha
 siento. Dios mío, lo siento  ...  »  cometido  un  asesinato  y  crímenes  contra  el  Estado.
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 Trató de encajar las piezas, de volver  a la  vida  normal  Nombre:  Guy Montag. Profesión:  bombero. Visto por
 de  algún tiempo  atrás,  antes de  la criba  y la  arena, del  última vez...
 «Dentífrico Denham»,  de  las  voces  susurradas  en  su  Montag corrió sin detenerse durante  sei� manzanas,
                                                   ,
 oído, de las mariposas, de las  alarmas y las excursiones,  siguiendo el callejón. Y, despué�, é te se abno sobre una
                                          �
 demasiado para unos breves días, demasiado para  toda  amplia  avenida,  ancha  como seis pi tas «A la  cruda luz
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                                                          _
 una vida.  de las lámparas de arco parecía un no sm barca ; habia el
                                             ,-
                                                     �
 Unos pies corrieron en el extremo más alejado del ca­  peligro de ahogarse tratando � e cruz rla», penso Montag.
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 llejón.  Era demasiado ancha, demasiado abierta. Era un enorme
 «Levántate -se dijo Montag-. ¡Maldita sea,  leván­  escenario  sin decorados,  que le invitaban  a  at avesarlo
                                                     _r
 tate!» -dijo a la pierna. Y se puso en pie.  corriendo. Con la  brillante iluminación era  fácil de des­
 Parecía  que le hundieran clavos en la  rodilla; y, luego,  cubrir  de alcanzar, de eliminar.
 sólo alfileres; y, por último, un molesto cosquilleo. Y tras  La �adio auricular susurraba  en su oído:
 arrastrarse y dar otra cincuentena de saltos, llenándose la   -...  alerta  a  un  hombre  corriendo  ...  Vigilen  a  un
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