Page 133 - Fahrenheit 451
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cansancio, el asombro y el dolor, permitiendo que Beatty   hay terror,  Casio, en tus amenazas, porque estoy tan bien
 le atacara sin que él levantase ni una mano.   armado de honestidad que pasan junto a mí cual una te­
 -Montag, idiota,  Montag,  maldito estúpido;  ¿qué  te  nue brisa, que no me causa respeto. ¿Qué te parece? Ade­
 ha impulsado a hacer esto?   lante, literato de segunda mano, aprieta el gatillo.
 Montag no escuchaba, estaba  muy lejos, corría tras de   Adelantó un paso hacia Montag.
 su imaginación, se había marchado, dejando aquel cuerpo   Montag sólo pudo decir:
 c bierto de hollín para que vacilara frente a otro loco fu­  -Nunca habíamos quemado  ...
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 rioso.     Y, entonces, se produjo una estridente llama ª?ª• y un
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 -¡Montag, márchate de ahí! -dijo Faber.   muñeco saltarín, gesticulante, ya no humano  m  identifi­
 Montag escuchó.   cable  convertido en una llamarada,  se  retorció  sobre  el
 Beatty le pegó un golpe en la cabeza que le hizo retro­  césp;d, en tanto que Montag lanzaba contra él un chorro
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 ceder, dando traspiés.  La bolita verde en la que murmu­  continuo de ardiente líquido.  Se  produJO un siseo como
 raba la voz de Faber cayó a la  acera. Beatty la  recogió,   cuando un escupitajo cae sobre el hierro ardiente de una
 sonriendo.  La introdujo  a medias en una de sus  orejas.   estufa,  un  borboteo y  un espumear,  como si se  hubiese
 Oyó la voz remota que llamaba:   echado sal sobre un monstruoso caracol negro para pro­
 -Montag, ¿está usted bien?  ducir una terrible licuación y un hervor sobre la espuma
 Beatty desarmó el pequeño receptor y se lo guardó en  amarilla.  Montag  cerró  los ojos,  gritó,  gritó  y  forcejeó
 un bolsillo.   para llevarse las manos a los oídos, para aislarse· de aquel
 -Bueno, de modo que aquí hay más de lo que me fi­  ruido.  Beatty giró sobre sí mismo una y otra y otra vez,
 guraba.  Te he  visto  inclinar la  cabeza,  escuchando. De   y, por último, se contrajo sobre sí mismo como un mu­
 momento, he creído que tenías una radio auricular, pero,   ñeco achicharrado y quedó silencioso.
 después,  cuando has  empezado a reaccionar, he dudado.   Los otros dos bomberos no se movieron.
 Seguiremos la pista de esto, y encontraremos a tu amigo.   Montag  contuvo  su  mareo  el  tiempo  suficiente  para
 -¡No!-exclamó Montag.   apuntar con el lanzallamas.
 Abrió el seguro del lanzallamas. Beatty miró instantá­  -¡Volveos de espaldas!
 neamente los dedos de Montag, y sus ojos se abrieron le­  Ambos obedecieron,  con sus rostros totalmente  des-
 vemente. Montag vio la sorpresa que expresaban y, a su   coloridos y húmedos de sudor; Montag les qui ó los  as­
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 vez, se miró las manos, para  ver qué habían estado ha­  cos y les golpeó en la cabez . Ambos caye on sm sentido.
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 ciendo. Más tarde,  al recapacitar sobre la escena, Montag   Ambos permanecieron tendidos y sm movimiento.
 nunca pudo decidir si fueron las manos o la reacción de   El susurro de una hoja otoñal.
 Beatty para con ellas, lo  que le impulsó definitivamente   Montag se volvió y el Sabueso Mecánico estaba allí.
 al crimen. El último derrumbamiento de la avalancha  re­  Estaba  atravesando  el  césped,  surgiendo de las som-
 sonó en sus oídos, sin afectarle.   bras  moviéndose con tal suavidad que parecía  una sólida
 Beatty mostró su sonrisa más atractiva.   nub� de humo blanco grisáceo que flotara hacia  él, en si-
 -Bueno,  éste es un  buen  sistema  para  conseguir  un  lencio.
 auditorio.  Apunta  a un hombre y oblígale a escuchar su   El Sabueso pegó un último salto y cayó sobre Mont g
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 discurso.  Suéltalo ya. ¿De qué se tratará, esta  vez?  ¿Por   desde arriba, con las patas  de araña alargadas  y la  aguJa
 qué no me recitas  a Shakespeare,  maldito estúpido? No  de procaína asomando en su enfurecido morro. Montag
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