Page 135 - Fahrenheit 451
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lo recibió con un chorro de fuego, un solo chorro que se Montag lo ignoraba. Cojeó por entre las ruinas tirando
abrió en pétalos amarillos, azules y anaranjados en torno de su pierna maltrecha cuando le faltaba, hablando, susu
al perro de metal, que golpeó contra Montag y le hizo re rrando y gritando órdenes a aquel miembro, y maldi
troceder tres metros, hasta chocar contra el tronco de un ciendo y rogándole que funcionara, cuando tan vital re
árbol; pero no soltó el lanzallamas. Montag sintió que el sultaba para él. Oyó una serie de personas que gritaban
Sabueso se apoderaba de una de sus piernas y, por un en la oscuridad. Montag llegó al patio posterior y al calle
instante, clavaba su aguja en ella, antes de que el fuego jón. «Beatty -pensó-, ahora no eres un problema.
lanzara al Sabueso por el aire, hiciera estallar sus huesos Siempre habías dicho: "No te enfrentes con un problema,
de articulaciones de metal, desparramando su mecanismo quémalo." Bueno, ahora he hecho ambas cosas. Adiós,
interior c �� o u cohete arrojado en plena calle. Montag capitán. »
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permanec10 tendido, observando cómo el aparato se agi Y se alejó cojeando por el lúgubre callejón.
taba e el aire y moría. Incluso entonces parecía querer
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volver ¡unto a él y terminar la inyección que empezaba a
causar efecto en la carne de su pierna. Montag experi Cada vez que apoyaba el pie en el suelo, un puñal se
mentó una mezcla de alivio y de horror por haber retro clavaba en su pierna. Y Montag pensó: «Eres un tonto,
cedido justo a tiempo para que sólo su pierna fuera ro un maldito tonto, un idiota, un maldito idiota. En buen
zada por el parachoques de un automóvil que pasó a lío te has metido. ¿Qué puedes hacer ahora? Por culpa
ciento cuarenta kilómetros por hora. Temía levantarse, del orgullo, ¡maldita sea!, y del mal carácter. Y lo has es
t mía no ser capaz de volver a ponerse en pie, debido a su tropeado todo. Apenas comienzas, vomitas sobre todos y
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pierna anestesiada. Un entumecimiento dentro de otro sobre ti mismo. Pero, todo a la vez, todo conjuntamente,
entumecimiento, y así sucesivamente ... Beatty, las mujeres, Mildred, Clarisse, todo. Sin embargo,
¿Y ahora ... ? no hay excusa, no hay excusa. ¡ Un tonto, un maldito
La calle vacía, la casa totalmente quemada, los otros ho tonto! Ve a entregarte por propia voluntad.
gares oscuros, el Sabueso allí, Beatty más allá, los otros »No, salvaremos lo que podamos, haremos lo que se
tres bomberos en otro sitio. deba hacer. Si hemos de arder, llevémonos a unos cuan
¿ Y la salamandra ... ? Montag miró el enorme vehículo. tos con nosotros. ¡Ea! »
También tendría que marcharse. Recordó los libros y retrocedió. Por si acaso.
Encontró unos cuantos allí donde los había dejado,
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_ <<Bueno -p nsó-, veamos cómo estás. ¡En pie! Con
cmdado, con cmdado ... Así.» cerca: de la verja del jardín. A Mildred, Dios la bendiga, le
Se levantó y descubrió que sólo tenía una pierna. La habían pasado por alto. Cuatro libros estaban ocultos
o ra p recía un t onco de árbol que arrastraba como pe aún, donde él los había dejado. Unas voces murmuraban
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mtenc1a por algun pecado cometido. Cuando apoyó su en la noche, y se veía el resplandor de los haces de unas
pie en ella, una lluvia de alfileres de plata le atravesó la linternas. Otras salamandras hacían sonar sus motores en
pantorrilla hasta localizarse en la rodilla. Montag lloró. la lejanía, y las sirenas de la Policía se abrían paso con su
«¡Vamos! ¡Vamos, no puedes quedarte aquí! » gemido a través de la ciudad.
Las luces de algunas casas volvían a encenderse calle Montag cogió los cuatro libros restantes y cojeó y
abajo, bien a causa de los incidentes que acababan de saltó callejón abajo y, de repente, le pareció como si le
ocurrir, o debido al silencio que había seguido a la lucha. hubiesen cortado la cabeza y sólo su cuerpo estuviese
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