Page 129 - Fahrenheit 451
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-Ella lo veía todo. Nunca hizo daño a nadie. Sólo los  pruebas las consecuencias, ya es demasiado tarde, ¿ver­
 dejaba tranquilos.   dad, Montag?
 -¿Tranquilos? ¡Narices!  Revoloteaba a tu alrededor,  -Montag,  ¿puede marcharse, echar a correr?  -pre­
 ¿verdad? Uno de esos malditos seres cargados de buenas   guntó Faber.
 intenciones y con cara de no haber roto nunca un plato,   Montag anduvo, pero no sintió cómo sus pies tocaban
 cuyo único talento es hacer que los demás se sientan cul­  el cemento ni el césped. Beatty encendió su encendedor y
 pables.  ¡Aparecen como el sol de medianoche para ha­  la pequeña llama anaranjada fascinó a Montag.
 cerle sudar a uno en la cama!   -¿ Qué hay en el fuego que lo hace tan atractivo? No
 La puerta de la casa se abrió; Mildred bajó los escalo­  importa la  edad  que tengamos,  ¿qué  nos atrae hacia él?
 nes  corriendo,  con una maleta colgando  rígidamente  de   -Beatty apagó de un  soplo  la llama y volvió a encen­
 una  mano,  en tanto  que  un taxi se detenía junto al bor­  derla-.  Es  el  movimiento continuo, lo que el hombre
 dillo.   quiso  inventar,  pero  nunca  lo  consiguió.  O  el  movi­
 -¡Mildred!   miento casi continuo.  Si se la  dejara arder, lo haría du­
 Ella cruzó corriendo, con el cuerpo rígido,  el rostro   rante toda nuestra vida. ¿Qué es el fuego? Un  misterio.
 cubierto de polvos, la boca invisible, sin carmín.   Los científicos hablan mucho de fricción y de moléculas.
 -¡Mildred, no has sido tú quien ha dado la alarma!   Pero en realidad no lo saben. Su verdadera belleza es que
 Ella metió la maleta en  el taxi, subió al vehículo y se   destruye responsabilidad y  consecuencias.  Si  un  pro­
 sentó, mientras murmuraba:   blema se hace excesivamente pesado, al  fuego con  él.
 -¡Pobre familia, pobre familia! ¡Oh! ¡Todo perdido,   Ahora, Montag, tú eres un problema. Y el fuego te qui­
 todo, todo perdido ... !   tará de encima de mis hombros,  limpia,  rápida,  segura­
 Beatty cogió  a  Montag por un hombro,  mientras el   mente.  Después, nada quedará  enraizado.  Antibiótico,
 taxi arrancaba veloz y alcanzaba los cien kilómetros por   estético, práctico.
 hora antes de llegar al extremo de la calle.   Montag se quedó mirando aquella extraña casa, que la
 Se produjo un chasquido,  como el de la caída de los   hora de la noche, los murmullos de los vecinos, y el cris­
 fragmentos de un sueño confeccionado con cristal, espe­  tal quebrado habían convertido en algo ajeno a él;  y allí
 jos y prismas. Montag se volvió como si otra incompren­  en  el  suelo,  con las cubiertas desgarradas y esparcidas
 sible tormenta le hubiese sacudido, y vio a Stoneman y a   como plumas de cisnes, yacían los increíbles libros que
 Black que,  empuñando las hachas, rompían los cristales   parecían  tan  absurdos.  Verdaderamente,  era  indigno
 de las ventanas para asegurar una buena ventilación.   preocuparse por ellos,  porque no eran más que rayitas
 El roce de las alas de una mariposa contra una fría y   negras,  papel  amarillento y encuadernación semides­
 negra tela metálica.   hecha.
 -Montag, aquí Faber. ¿Me oye? ¿Qué ocurre?  Mildred, desde luego. Debió vigilarle cuando escondía
 -Esto me ocurre a mí -dijo Montag.  los libros en el jardín, y había vuelto a entrarlos. Mildred,
 -¡Qué terrible sorpresa! -dijo Beatty-. Porque ac-  Mildred.
 tualmente todos saben, están totalmente seguros,  de que   -Quiero que seas tú quien realice ese trabajo, Mon­
 nunca ha de ocurrirme a mí. Otros mueren y yo sigo ade­  tag. Tú solo. No con petróleo y una cerilla, sino a mano,
 lante. No hay consecuencias ni responsabilidades. Pero sí   con un lanzallamas. Es tu casa y tú debes limpiarla.
 las  hay.  Mas  no  hablemos de  ellas,  ¿eh?  Cuando  com-  -¡Montag, procure huir, marcharse!


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