Page 131 - La Casa de Bernarda Alba
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      ofendida  y  rebajada  hasta  lo  último,  viendo  que  los  trigos
      apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las
      ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el
      campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas,
      mientras yo siento dos golpes de martillo aquí,  en lugar de la
      boca de mi niño.


      MARÍA: No me gusta lo que dices.

      YERMA: Las mujeres, cuando tenéis hijos, no podéis pensar en las
      que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes, como el que
      nada en agua dulce no tiene idea de la sed.


      MARÍA: No te quiero decir lo que te digo siempre.

      YERMA: Cada vez tengo más deseos y menos esperanzas.

      MARÍA: Mala cosa.


      YERMA:  Acabaré creyendo que yo misma soy mi hijo.  Muchas
      noches bajo yo a echar la comida a los bueyes, que antes no lo
      hacía porque ninguna mujer lo hace, y cuando paso por lo oscuro
      del cobertizo mis pasos me suenan a pasos de hombre.


      MARÍA: Cada criatura tiene su razón.

      YERMA: A pesar de todo, sigue queriéndome.  ¡Ya ves cómo vivo!

      MARÍA: ¿Y tus cuñadas?


      YERMA:  Muerta me vea y sin mortaja, si alguna vez las dirijo la
      conversación.

      MARÍA:  ¿  Y tu marido?

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