Page 55 - Historias de Cronopios y Famas
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mismo momento mis tres primas segundas se largan han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras con
a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedora tando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos
mente que los parientes y vecinos sienten la emulación, más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los
comprenden que no es posible quedarse así descansando deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar;
mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal al nos parientes, extenuados por una hora y media de
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manera, y otra vez se suman a la deploración general, llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros
otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de
señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsio nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los
nados. Mis hermanos y yo esperamos por lo re lar este dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los veci
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momento para entrar en la sala mortuorio y ubicarnos nos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen
junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos real en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el
mente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras her alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enér
manas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y gicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo,
nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de nos miramos brillantemente al cruzarnos en el za án o
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Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y
curva en la calle General Rodrí gu ez, en Bánfield, cosas viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el
así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis her
del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos manas llevan a los parientes a despedirse del finado antes
obli e a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras
gu
hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta
deudos juntan desesperadamente el aliento para i gu alar desalojarlos, abreviar el último adiós y quedars,� solos
nos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo
que el velorio es de ellos, que solamente ellos tienen vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se
derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mien dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acer
ten (eso lo sabemos por mi prima se nda la mayor, y ca a los labios y responden con vagas protestas inconsis
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nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los des tentes a las cariñosas solicitudes�de mis primas y herma
mayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan nas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de
con sus consuelos y reflexiones, llevándolos y trayéndo parientes y amigos, una organización invisible pero sin
los para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis brechas decide cada movimiento, el director de la fune
padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo raria acata las órdenes de mi padre, la remoción del
que impone respeto en el dolor de estos ancianos que ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío
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