Page 57 - Historias de Cronopios y Famas
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el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados   catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la
 a último momento adelantan una reivindicación destem­  tribuna,  mirándose y estrujando los discursos con  sus
 plada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como   manos húmedas. Por lo re lar no nos molestamos en
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 debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callar­  acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino
 se. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos,  que da�os media vuelta y salimos todos juntos, comen­
 mis hermanos suben al se gun do y mis primas condes­  tando  las  incidencias  del  velorio. _Desde  lejos  vemos
 cienden a aceptar a al gun o de los deudos en el tercero,   cómo los parientes corren desesperadamente para aga­
 donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y   rrar al no de los cordones del ataúd y se pelean con los
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 moradas. El resto sube donde puede, y h ay  parientes que   vecinos que entre tanto se han posesionado de los cor­
 se ven precisados a llamar un taxi. Y si al gun os, refresca­  dones  y  prefieren  llevarlos  ellos  a  que  los  lleven  los
 dos por el aire matinal y el largo trayecto, traman una   parientes.
 reconquista en la necrópolis,  amargo es su desengaño.
 Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean
 al  orador  designado  por  la  familia  o  los  amigos  del
 difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circuns­
 tancias  y  el  rollito  que  le  abulta  el bolsillo  del  saco.
 Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus
 lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca y
 el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a
 la tribuna y abra los discursos con una oración que es
 siempre un modelo de  verdad y discreción.  Dura tres
 minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus
 virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humani­
 dad a nada de lo que se dice; está profundamente emo­
 cionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado,
 mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del
 panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino
 designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis pri­
 mas y hermanas, que lloran colgadas de su chaleco. Un
 gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al per­
 sonal  de  la  funeraria;  dulcemente  empieza  a  rodar  el


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