Page 93 - Las Chicas de alambre
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exclusiva, sin tener en cuenta que pueda hacer daño a alguien. Déjeme que le haga una
               pregunta: ¿a quién puedo hacerle daño? Sólo quedan usted y la tía de Vania, que, por lo
               que vi, está muy tranquila sin preocuparse demasiado de si está viva o muerta. ¡No queda
               nadie, salvo la propia Vania si...!
               —¡Queda su recuerdo, su memoria!
               —Entonces... —me puse pálido, comprendiendo lo que dejaban entrever sus palabras—.
               ¿Está muerta?
               Y la respuesta de Noraima me dejó absolutamente aplastado:

               —Por supuesto que lo está. ¿O creía usted que iba a encontrarla aquí?


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               Supo que me acababa de hacer daño.
               Y supo también, en ese mismo momento, que yo era sincero.

               Pero mantuvo su boca cerrada, sin quitarme ojo de encima.
               Yo me fijé de nuevo en sus manos, cuidadas y limpias, muy bellas, sin ninguna clase de
               ornamentos.
               —¿Dónde se encuentra? —quise saber una eternidad después.
               —¿Va a buscar su tumba?
               —Sí.

               —No se dará por vencido.
               —No.
               —Está bien —asintió con la cabeza; no exactamente irritada, aunque sí resignada por el
               acorralamiento—. Supongo que se lo ha ganado, y que, como bien dice, tarde o temprano
               volverá otro. Es capaz de remover toda la isla.
               —Lo haría —aseguré.
               —¿Tiene coche?

               —Sí.
               —Vamonos.
               Se puso en pie. Yo la imité. Ni siquiera recogió algo o se cambió de ropa. Tampoco cerró
               la puerta con llave. Salimos de la casa y nos metimos en mi coche de alquiler. Me pidió
               que no pusiera el aire acondicionado, que le molestaba la garganta. Después me guió.
               —Siga recto hasta el cruce, luego a la izquierda y tome la 2A.
               —¿Adonde vamos?
               —A Santa Ana.

               No recordaba haberlo visto.
               —¿Es un pueblo?
               —Una iglesia, pasado Noord.

               Supe que no iba a sacarle más, aunque, de cualquier forma, sabía ya nuestro destino. No
               su ubicación, pero sí nuestro destino en términos globales.

               ¿Dónde acabamos todos tarde o temprano?
               Conduje con nervios, demasiados nervios. Estuve a punto de tener un accidente a la

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