Page 95 - Las Chicas de alambre
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«PRIMA ECCLESIA 1176 HIC

               AEDIFICATA ALTERA 1831 TERTIA 1886
               — G. VULYSTEKE EP 17-7-1914 —
               PRIMARIUM HODIERNAE
               ECCLESIAE LAPIDEM POSUIT EAMQUE

               DEDICAVIT 30-5-1916.»


               No entendí nada.
               Noraima no hizo mucho en la iglesia. Sólo entrar, santiguarse, bajar la cabeza, rezar una
               oración   y   volver   a   salir.   El   templo   era   pequeño,   alargado   y   muy   luminoso,   con
               ventiladores en el techo y un altar recogido y nada excesivo. Me di cuenta de que era un
               ritual. No podía llevarme adonde me llevaba sin antes dar las gracias, o pedir perdón o,
               simplemente, mostrarse como una buena feligresa.
               Nos dirigimos al cementerio.
               Tenía algo de especial, me di cuenta al instante, en cuanto vi su disposición y las tumbas.
               No había nichos, sólo pequeños mausoleos, individuales algunos y de dos pisos otros,
               todos pintados con los mismos colores vivos que se utilizaban en la isla. Vivos y limpios
               aunque apagados, salvo algún azul pastel o rosa manifiesto. Se coronaban en forma de V
               invertida, con una cruz arriba, y la mayoría estaban llenos de flores, muy llenos de flores,
               frescas y recientes, con soportes en forma de corazones, coronas y hasta el nombre
               escrito con flores. Daba la impresión de que hubiese pasado una festividad de Todos los
               Santos recientemente. Los mayores, los de dos pisos, tenían dos nichos abajo y uno
               arriba.
               Noraima se detuvo frente a uno de los más nuevos, los más cuidados, aunque también
               con menos flores al pie.

               El nicho de arriba estaba tapiado pero sin ninguna placa. Abajo, en el de la derecha, vi
               una en la que leí un nombre: Eliza Briezen Romero. La diferencia entre el año de
               nacimiento y el de la muerte era de cinco años. Y de eso hacía casi una eternidad.

               En el de la izquierda estaba ella:
               «Vanessa Molins Cadafalch.» Muerta nueve años antes.


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               No sé muy bien lo que sentí.
               Un vacío en el estómago, en el cerebro, en el corazón.

               Había deseado tanto encontrarla viva que...
               Casi lo había confundido con una necesidad, no con un humano deseo de que ella
               simplemente hubiese abandonado el pasado.
               La voz de Noraima rompió aquel extraño silencio.
               —No se recuperó —dijo—. Luchó contra los efectos de la anorexia, pero no se recuperó.
               Murió a los diez meses de llegar aquí, en paz, tranquila, sin ningún tipo de algarada.
               Quiso que nadie lo supiera, y ser enterrada en la isla.


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