Page 94 - Las Chicas de alambre
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salida de Malmok, y después aceleré en exceso por la 2A. Noraima no me dijo nada.
               Miraba por la ventanilla el paisaje de toda la vida. Su paisaje. En una isla tan pequeña, en
               un país tan diminuto, todo debía de estar hecho de repeticiones constantes. Otra filosofía.
               Para mis ansias de ver el mundo, aquello se me antojaba una cárcel.
               De pronto, rompió su silencio.
               —Una vez —dijo en voz muy baja y sin mirarme—, yo estaba enferma y no pude
               acompañarla. Fue después de su divorcio y antes de que muriera Cyrille. Me llamó por
               teléfono desde un aeropuerto, llorando, perdida, asustada. No sabía dónde se encontraba
               —ahora sí me miró—. No lo sabía. El avión hacía una escala, pero ella... ¿Sabe usted lo
               que es eso, señor periodista? ¿Sabe lo que es sentirse perdido en algún lugar del mundo?
               No lo sabía, pero lo imaginé aterrador.
               —¿Por qué me lo cuenta?

               —Porque espero que entienda cómo se sentía Vania al final.
               —¿Cree que no lo entiendo?
               —No —fue rotunda.
               No quise discutir con ella. A fin de cuentas me estaba llevando a mi destino.
               —El juicio la destruyó —continuó unos segundos después Noraima—. Cyrille y Jess la
               colocaron al borde del abismo con sus muertes, pero el juicio la empujó. No se estaba
               juzgando a Nicky Harvey por asesinato: se juzgaba a las Chicas de Alambre, y a todas las
               modelos, y más aún, a todas las tops, y a la industria de la moda y a quienes se mueven
               en ella. Se juzgaba la belleza, se juzgaba la fragilidad, se juzgaba el hecho de que
               millones de adolescentes en el mundo quisieran estar delgadas, se juzgaba el hecho de
               que ella fuese distinta. Los mediocres se tomaron la revancha. Los hombres y mujeres
               grises se cebaron en lo que Cyrille, Jess y Vania habían simbolizado. Pero las dos
               primeras estaban muertas, así que todo cayó sobre Vania. Por primera vez se vio expuesta
               a los depredadores. Ya no era una mujer guapa, sino un ángel caído.

               —Vania se vio a sí misma.
               —Como en un espejo, señor periodista. Y no le gustó. Es decir, no le gustó lo que la
               obligaron a ver. Ella era maravillosa, pero la destruyeron. Por eso dijo «basta», trató de
               sobrevivir, y no pudo.
               —¿Por qué no reveló usted que ella... ?
               No pude completar la pregunta. Noraima señaló algo a nuestra izquierda.
               —Es aquí —suspiró.
               A unos veinte metros se alzaba una iglesia. Parecía nueva, o recién pintada. Era blanca y
               de color ligeramente amarillo, pero muy pálido, muy, muy pálido. Encima de la misma
               puerta de entrada se elevaba la torre, coronada por un remate octogonal y una puntiaguda
               cúpula hexagonal de pizarra negra. Estaba en mitad de una gran plaza al aire libre, con
               una estatua en medio. Santa Ana con los brazos abiertos.
               Me desvié a la izquierda y metí el coche en la plaza. A mi derecha vi el cementerio,
               protegido por una valla blanca. Flanqueando a la iglesia había diversas casitas de una sola
               planta. Aparqué el vehículo junto a otros dos, delante de la puerta de la iglesia, y luego
               bajamos.
               Noraima entró en ella.
               La seguí. Al lado de la entrada había una placa escrita en papiamento. Leí:



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