Page 91 - Las Chicas de alambre
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profesión de modelo la llenaba, pero no le había dado lo más importante: el orgullo de
               sentirse bien consigo misma. Así que todo le daba igual. Era Vania, la top model. Vania,
               la Wire-girl. Vania, la compañera de Jess y de Cyrille. Vania, Vania, Vania. Creó un
               pequeño mito fugaz, y un día reconoció que lo único que deseaba era volver a ser
               Vanessa; pero para entonces ya era tarde. En los meses finales nada la satisfacía, ni
               ayudar a los demás.

               Pasé por alto la expresión «meses finales». Sólo sé que me entró un ramalazo de frío en
               la espina dorsal. Preferí seguir dando cuerda a mi anfitriona.
               —¿Cómo ayudaba a los demás?
               —Se hizo socia de Médicos Sin Fronteras, Ayuda en Acción, Aldeas Infantiles, Amnistía
               Internacional, Greenpeace y una docena de Organizaciones No Gubernamentales más.
               Aportaba siempre mucho dinero para todo tipo de causas, pero en silencio, sin querer
               destacar. No era de ésas, de las que usan eso como publicidad añadida. Nada de fotos con
               niños africanos muertos de hambre o con enfermos en Calcuta. Ella llegó a estar más
               delgada que esos niños.

               —La anorexia.
               —Sí —convino.
               —¿Qué ocurrió después del juicio de Nicky Harvey?
               —¿Después? Se olvida del durante. Fue durante ese juicio cuando Vania dijo «basta», y
               se rompió del todo.  La muerte de Cyrille la impresionó. Fue una conmoción. Le hizo ver
               lo frágiles que eran. No se había recuperado cuando sobrevino la de Jess. Vania se
               encontró sola frente al mundo, y lo que era peor: la muerte de dos de las Chicas de
               Alambre la dejaba a ella desnuda y desguarnecida frente a ese mundo. Toda la presión le
               cayó encima. Todas las miradas convergieron en ella. Aquellas semanas fueron como
               meterse en una tormenta sin posibilidad de escape. El juicio fue triste, muy triste. Las
               miserias salieron a flote, las drogas... Todos decían quererlas, pero en cuanto cayeron o se
               hicieron vulnerables, los mismos que decían eso las hundieron sin piedad. Claro, eran
               guapas, famosas, lo tenían todo: ¡pues a por ellas! Por fin pagaban un precio. Así de
               cruel. Y encima, cuando aquel pobre infeliz también murió...
               —¿Nicky?

               —Sí.
               —¿Fue un accidente o un suicidio?
               —Un accidente, por supuesto. Nicky Harvey no era más que un niño malcriado. Él no
               mató a Jean Claude Pleyel.
               —¿Quién lo hizo entonces? —traté de contener la respiración.

               —El padre de Jess Hunt.
               Ella notó que acababa de golpearme la razón.
               —¿El padre de...?
               —Señor —me miró como a veces me mira mi madre cuando algo es evidente para ella y
               no para mí—, piénselo. Ese hombre, Palmer Hunt, era uno de esos radicales religiosos.
               Un fanático. Yo creo en Dios, ¿sabe? Pero no soy ninguna fanática. Él sí lo era. Estaba
               orgulloso del éxito de su hija, pero creía que ese éxito y su fama la acercarían a Dios, no
               al diablo. Fue un ingenuo, y Jess se le escapó, como habría hecho cualquier chica joven
               con un padre así. La perdió, y Jess se fue al otro extremo, lo mismo que Cyrille, aunque
               ella lo hizo por otras causas.


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