Page 11 - Las Chicas de alambre
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—Cuando Mercedes, la madre de Vanessa, quedó en estado, fue muy duro. Ella misma se
               apartó de la familia, por vergüenza, y porque, pese a todo, quería a aquel hijo de... —se
               comió la expresión—. Yo supe que salía con un hombre casado cuando ya era tarde.
               Después, optó por ser valiente, salir adelante por sí sola. Nos distanciamos. Vanessa
               creció únicamente con su madre; yo la veía muy poco, y cuando Mercedes murió y mi
               sobrina se quedó sola...

               —Ya era famosa.
               —Sí.
               —No necesitaba a nadie.

               —Eso debió de creer, aunque yo la habría ayudado, ¿sabe?
               Supuse que era cierto, pero no me imaginé a Vania viviendo con su tía o dejando que su
               tía se convirtiera en su consejera, amiga, hada madrina...
               —¿Eran amigas?
               —Sí —dijo, segura de su respuesta—. Pero creo que yo le recordaba el pasado. Vanessa
               me quería. Lo sé. Pero confiar, sólo confiaba en su criada. Bueno, ella decía que era más
               bien su «chica-para-todo», secretaria, asistente, protectora... Yo no sé de dónde la sacó.
               Era mulata, suramericana o algo así. Esa mujer la cuidaba, la protegía, la mimaba.
               —¿Sabe cómo se llamaba?
               —No.
               —¿Y dónde puede estar ahora?

               —Tampoco. Me parece que cuando Vanessa se casó con aquel impresentable, ella se fue.
               Pero no estoy segura. De cualquier forma, y dijera lo que dijera mi sobrina, era la criada
               y punto. Le tomó cariño y confianza, pero...

               —¿Sabe si Vania, perdón, sabe si Vanessa —me costaba no llamarla por su nombre
               artístico y profesional— tuvo contactos con su padre al morir su madre?

               —Lo dudo. Valiente cretino. Nunca he sabido nada de él, salvo que se llamaba Vicente
               Molins y que vivía en Madrid, aunque parece que se pasaba mucho tiempo fuera de casa.
               Tenía los datos del padre de Vania, así que no seguí por ahí. A Luisa Cadafalch la
               molestaba   hablar   de   él.   Tampoco   yo   estaba   muy   seguro   de   lo   que   aguantaría   el
               interrogatorio.
               —¿Qué recuerda de la marcha de Vanessa?
               —Pues no demasiado. Yo no estaba ahí, así que... —puso cara de resignación—. Después
               del juicio por el asesinato de aquel hombre, estuvo en una clínica para combatir su
               anorexia antes de que fuera tarde, y tras eso... hizo las maletas y se fue. Estaba harta.
               Harta de todo, como ya se dijo entonces. Me llamó, me dijo que estaría mucho tiempo
               fuera y eso fue todo. Le pregunté adonde iba y me dijo que aún no lo sabía, pero que
               necesitaba descansar y reflexionar. La noté muy cansada, agotada. De pronto un día me
               llamaron a mí, por ser su único familiar legal ya que su padre no contaba, y me dijeron
               que tenía que recoger las cosas que ella había dejado en su piso. Era de alquiler y el
               contrato había vencido. Nunca quiso tener nada suyo, eso sí lo sé. Decía que todo era
               efímero, así que... metía el dinero que ganaba en un banco y punto.
               —¿Cuánto tiempo había pasado desde su marcha hasta que la llamaron por lo del piso?
               —Dos años. Ella dejó pagado el alquiler de ese tiempo mediante una cuenta en un banco.
               Ni envió más dinero, ni se puso en contacto con los administradores para una renovación,
               ni hizo nada de nada. Como no se sabía dónde localizarla, me avisaron a mí. Tampoco es

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