Page 7 - Las Chicas de alambre
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Sobre todo, ella.
               La delgadez que las llevó primero al éxito, que incluso les dio un nombre, y que,
               finalmente, las acabó matando.

               Las Chicas de Alambre.
               Rotas.
               Conocía los datos, pero los detalles se me habían hecho borrosos en la mente por el paso
               de los años; así que en casa estuve hasta pasadas las dos de la madrugada leyendo y
               rememorando todo aquello. Investigar sobre Vania era hacerlo sobre las tres. Su destino
               también fue común. Asombrosamente común.
               Cyrille se llamaba en realidad Narim Wirmeyd. Había nacido en El Cairo, Egipto, pero
               era hija de somalíes.
               Su historia era una mezcla de cuento espantoso extraído del reverso de Las mil y una
               noches. Su padre la vendió a un traficante de camellos después de regresar a Somalia,
               cuando tenía doce años. El traficante, de sesenta, no pudo con los deseos de libertad de su
               joven pupila, o lo que fuese, así que ella se le escapó a los pocos meses, ya con trece
               años.   La   publicidad   posterior,   cuando   llegó   el   éxito,   había   «engordado»
               convenientemente la odisea de la niña, ya de por sí especial y dramática; pero la realidad
               era mucho más simple. Narim escapó de su «dueño», pasó la frontera, llegó a Etiopía...
               Allí logró despertar el interés de un hombre de negocios británico, que la empleó en su
               casa, y al año, un amigo de éste, un francés, se la llevó a París. Con quince años y
               caminando por los Campos Elíseos, Jean Claude Pleyel, cazatalentos y dueño de una de
               las mejores agencias de Francia, supo ver en ella lo que muy poco después verían
               millones de ojos en el mundo: que era especial, capaz de enamorar a la cámara y de
               vender lo que se pusiera encima, ya fuera ropa o un perfume. Así nació Cyrille, su
               nombre artístico.
               Jess Hunt era el reverso de la moneda. Estadounidense, nacida en Toledo, Ohio, familia
               de clase media, respetable, religiosa en grado superlativo, y convertida en una pequeña
               reina de la belleza desde la infancia. Su madre le dijo una vez: «Dios te hizo hermosa
               para algo; de lo contrario te habría hecho como a cualquier otra mujer. Haz, pues, que el
               Señor se sienta orgulloso de ti.» Eso había sido el detonante. Después llegó lo de Miss
               Ohio, además de otras muchas cosas siempre relacionadas con la belleza. Jess hizo una
               rápida y meteórica carrera. Fue la que lo tuvo más fácil de las tres. Incluso utilizaba su
               verdadero nombre.
               Y por último, Vania, es decir, Vanessa Molins Cadafalch, nacida en Barcelona, España,
               hija natural de una mujer llena de voluntad y decisión que fue siempre el ángel tutelar de
               su carrera hasta que el éxito le dio alas y la  independencia. El padre, casado, por lo
               menos la reconoció; pero eso fue todo. Más tarde, la madre murió de un cáncer de pecho.
               Su única familia, al margen del padre que no volvió a ver, era una tía soltera, hermana de
               su madre, que nunca quiso figurar en los periódicos. Al contrario que Cyrille y que Jess, a
               Vania no la descubrió ningún cazatalentos paseando por el Paseo de Gracia de Barcelona,
               ni fue Miss nada. Por voluntad propia, porque quería ser modelo, se matriculó en una
               agencia para aprender siendo una niña, y pasó por todos los grados de la servidumbre
               antes de dar el salto. Interinamente, sin embargo, quien sí la descubrió fue el fotógrafo
               que a los trece años le hizo su primera sesión «como mujer» y le vaticinó el futuro. Vania
               creyó en él además de en sí misma.

               Cuatro años después, las tres, con apenas diecisiete o dieciocho años, fueron reclutadas


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