Page 15 - Las Chicas de alambre
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pase. Puro cool, frialdad. Pero claro, no todas servían. No bastaba con estar delgadas. La
magia de esas chicas reside en lo que desprenden, lo que emanan. Es como un aroma
visual que las distingue. Y eso, o se tiene o no se tiene. Ésa es también la diferencia entre
una modelo normal y una top. Cindy Crawford no estaba precisamente superdelgada.
Estaba bien. Vania, Jess, Cyrille pertenecían al tipo de Stella Tennant, Trish Giff, Kate
Moss... Bueno, ya sabes, ellas fueron el símbolo y por eso las bautizaron como Wire-
girls.
—¿Qué sensaciones tiene de aquellos días, la primera vez que la vio, lo que sucedió con
sus fotos...?
—¿Qué puedo decirte? —sonrió melancólico—. Hay cosas que pasan una o dos veces en
la vida, a lo sumo. El tipo que descubrió a Rita Hayworth, el que le hizo aquellos
desnudos a Marilyn Monroe... Siempre he fotografiado chicas —señaló la puerta tras la
cual debía de estarse cambiando la modelo—. Todas han sido hermosas, o han tenido
algo especial... De lo contrario, no servirían para eso; pero cuando vi a Vania a través del
visor de la cámara... Estaba ahí, ¿entiendes? Se puede estudiar para ser modelo, sí, pero
nadie puede enseñarte a mirar a una cámara. Esa mirada lo es todo. Y en su caso toda ella
se salía, atravesaba el espacio, se te metía dentro. ¡La misma cámara la quería, que es
algo esencial! No sólo eran aquellos ojos siempre tristes, su aspecto lánguido, su
inocencia plagada de ternuras, también era el morbo que eso producía. Tenía trece años.
¡Trece años! Pero no me equivoqué. En cuatro años ya estaba arriba. Yo creo que Vania
nació sin edad. Te podría decir la clásica frase de que era una mujer atrapada en un
cuerpo de niña y bla, bla, bla, pero era más.
—¿La solía ver a menudo?
—Después de su salto, ya no. Soy un buen fotógrafo, me gano la vida, pero no era ni soy
Richard Avedon. Ni siquiera Paula Montornés —sonrió—. Gané bastante con aquellas
fotografías y otras que le hice antes de los diecisiete años, pero después de eso... Y no me
quejo —movió la cabeza con tristeza—. No todo el mundo tropieza con algo así. ¿Sabes?
No he vuelto a sentir lo mismo jamás. Una sola vez. Con ella. Todas son preciosas, todas
hacen que los hombres las miren, y las deseen; pero sólo hubo una Vania, como sólo
hubo una Jess Hunt, una Cyrille, una Linda Evangelista, una Naomi Campbell, una Cindy
Crawford o una Claudia Schiffer —volvió a cambiar el gesto—. ¿Ves la Schiffer? No es
guapa. ¡Dios, no lo es! Pero sabe posar, y brillar como una diosa. Pero es incluso fea, ¡de
verdad!
La puerta de la salita-vestidor se abrió. La modelo, ya vestida de calle, con unos
vaqueros, una blusa y una cazadora, mucho más normal y discreta pese a que a mí seguía
pareciéndome una monada, ni siquiera se acercó a nosotros. Daba la impresión de ser
muy seria, o andar preocupada con algo.
—Adiós —se despidió desde la puerta.
—Adiós, nena —se puso condescendiente el fotógrafo.
Desapareció, y yo continué hablando de lo divino y lo humano de aquellas niñas-diosas
con Carlos Sanromán, escarbando en sus recuerdos por lo visto generosamente dotados
en todo lo concerniente a Vania.
V
Cuando abandoné el estudio de Carlos Sanromán, algo menos de media hora después,
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