Page 16 - Las Chicas de alambre
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todavía diluviaba y la modelo seguía abajo, en el portal. Sacaba la cabeza a la búsqueda
               de un taxi que no aparecía ni a tiros. La cortina de agua, primaveral, generosa y
               abundante, era capaz de empapar con sólo dar una docena de pasos.
               Me detuve a su lado porque yo tampoco llevaba paraguas, aunque con el coche tan cerca
               no me hacía falta.
               —Hola —dije de forma afable.

               Giró la cabeza, me reconoció y se quedó tal cual.
               —Hola —me correspondió sin entusiasmo, más preocupada por la lluvia que por otra
               cosa.
               —Tengo el coche ahí —me ofrecí—. ¿Quieres que te lleve a alguna parte?
               Volvió a mirarme, con un poco más de interés, pero también con las dudas habituales. A
               una chica como ella debían de pegársele los tipos como lapas. De todas las edades.
               —¿Eres modelo? —inquirió.
               —¿Yo? —me sentí halagado—. No, no.

               —Pero estás metido en el tinglado —continuó, tras echar un rápido vistazo a mi ropa y a
               mi forma de llevarla.
               —¿Qué clase de tinglado?
               —Pues... el tinglado —se encogió de hombros.
               —Trabajo en Zonas Interiores —la informé.

               Enarcó las cejas. Cuando recuperó su aspecto normal lo había dulcificado un poco. Me
               daba un margen de confianza.

               —La verdad es que me harías un favor —reconoció—. No voy lejos, pero con lo que
               cae...
               —¿Adonde vas?
               —Tengo un casting en la Gran Vía con Rambla de Catalunya, y como llegue muy tarde...
               Fotografías, algún pase de peinados, zapatos o moda, salir de extra en cualquier película
               o de azafata en cualquier programa estúpido de la tele... Supervivencia. No tuve que
               preguntarle más.
               —De acuerdo. Tengo el coche ahí.
               No se movió. Lo dicho: una docena de pasos y bastaban para calarse.

               Capté su intención.
               —No te preocupes. Voy, desaparco, paro aquí delante, te abro la puerta y te metes, ¿vale?
               Logré hacerla sonreír.

               —Vale —suspiró.
               Soy amable con las chicas. Un defecto como otro cualquiera. Siempre he intentado
               tratarlas bien, aunque ellas me traten mal. Tal vez sea porque no las entiendo, porque
               crecí con una madre fuerte haciendo de padre, o porque soy un romántico. Me puede un
               rostro bello, o alguien del sexo opuesto con el suficiente carisma como para hacerme
               soñar, estremecer.
               Salí del amparo del portal, caminé pegado a la pared con las llaves ya en la mano, me
               precipité sobre mi coche y me colé dentro. No fueron más allá de unos dos o tres
               segundos bajo el aguacero, y bastaron para que lo notara de arriba abajo. Luego cerré la
               puerta, puse el motor en marcha, desaparqué y rodé despacio hasta situarme delante de


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