Page 6 - Las Chicas de alambre
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—Descuida, mamá.
               La eché un último vistazo. Sentada allí era una diosa, la dueña de un pequeño, muy
               pequeño reino, pero diosa a fin de cuentas, con un prestigio ganado a pulso. Los premios
               que llenaban aquellas paredes, algunos de mi padre, pero la mayoría de ella, no eran
               gratuitos. El World Press Photo, el Pulitzer de fotografía, reconocimientos profesionales,
               periodísticos, portadas de las mejores exclusivas dadas por Z.I., fotografías de papá, pero
               más aún de mamá con diversas personalidades y en muchas partes distintas del planeta...
               Antes del accidente era la mejor. Y ahora también.
               Yo estaba en ello.
               Tenía una buena maestra.
               Y un trabajo por hacer que ya me picoteaba en los dedos desde aquel mismo instante.



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               ¿Quién tiene la oportunidad de buscar a la chica que le hizo soñar durante la primera
               adolescencia, y encima que le paguen por ello?

               Amo mi trabajo. Creo que es el mejor de cuantos hay. Te permite viajar, conocer gente,
               escribir acerca de muchas cosas, fotografiar la vida —y a veces la muerte— y, en
               general, percibir de una forma distinta el mundo, así que también lo entiendes un poco
               mejor. Para muchas personas, no saber dónde vas a estar mañana es un conflicto, una
               suerte de caos mental. Para mí, no. Es parte del sabor, parte de la emoción. Claro que no
               puedes quedar con una chica a tres días vista, pero... Tampoco es tan grave.
               El planeta Tierra es excepcional.
               Me llevé de la redacción todo lo que encontré de las Wire-girls, las Chicas de Alambre,
               juntas y por separado. Era mucho, pero no me importó. Pasé la mañana haciendo una
               primera selección de material, desechando lo conocido o lo tópico, y el resto, a casa.
               Mientras veía aquellas fotografías de Vania, de Jess Hunt, y de Cyrille, por mi cabeza
               pasaron muchas cosas. Sí, suelo involucrarme en los trabajos, lo sé. Aún no había
               empezado y ya me sentía involucrado en éste.
               Miré la portada que las llevó a la fama y a compartir no sólo amistad, sino el nombre con
               el que empezó a conocérselas debido a su extrema delgadez. Ahí estaban las tres, en
               Sports   Illustrated,  con   aquellos   trajes   de   baño   tan   sexys,  y   ellas  tan   jóvenes,   tan
               hermosas, tan distintas. Una morena, una rubia y una negra. Integración en los comienzos
               de la «Era del Mestizaje». Aparecer en la portada de Sports Illustrated es consagrarse en
               el mundo de las top models. Aquel año se consagraron tres. Vania, con su largo cabello
               negro, sus ojos grises, profundos, dulcemente tristes siempre, la nariz recta y afilada, el
               mentón redondo, los labios carnosos, su imagen de perenne inocencia juvenil que tantos
               estragos había causado entre fans y admiradores. Jess Hunt, rubia como el trigo, cabello
               aún más largo y rizado con profusión, ojos verdes, siempre sonriente, chispeante, con su
               enorme boca abierta y sus dientes blancos como una de sus muestras de identidad,
               mandíbulas firmes, frente y pómulos perfectos. Y Cyrille, negra y de piel brillante como
               el azabache, cabello corto, ojos de tigresa oscuros y misteriosos, boca pequeña, labios
               rojos de fresa, rostro cincelado por un Miguel Ángel africano capaz de consumar una
               obra maestra. Y por supuesto, lo más característico de las tres: su estatura, metro ochenta,
               su tipo moldeado por una naturaleza milimétrica... y su extrema delgadez.


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