Page 98 - De Victoria para Alejandro
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              habrá enviado lo necesario.  Además,  tu padre de­              estaba  instalado  el  negocio.  Un  hombre  anotaba
              legó en tu tío José, según me han informado -aña­               algo en una tablilla encerada y luego comprobaba
              dió con una sonrisa un tanto melosa-; aunque no                 con otras anotaciones en un rollo de pergamino,
              has venido a saludarme, siempre me intereso mu­                 mientras unos muchachos clasificaban otros rollos.
              cho  por  los  ciudadanos romanos  de  paso en Je­                       Había  mucha  animación.  Un  muchacho
              rusalén.                                                        entraba y salía del patio donde estaban los burros
                      Victoria se levantó de su asiento. Le tem­              cargados de paquetes de un mercader que hablaba
              blaban las piernas y una ira gigante le ascendía en             a grandes voces.
              oleadas;  supo que tenía que controlarse  y  fingir;                    El  administrador  de  su  padre  se  inclinó
              aún así, la voz le temblaba un poco.                            obsequioso hacia Victoria.
                      -Gracias, Gesio Floro. No me equivoqué                           -Pasa a esta habitación más tranquila, dó­
              al venir a saludarte.                                           mina Victoria.  ¡Qué honor verte en mi casa!  ¿Por
                      La acompañó hasta la puerta donde, char­
              lando con los guardias, esperaba Prisca.                        qué no llamaste? Yo estoy a tu servicio y al de tu
                                                                              padre. Hubiese ido yo a casa de Símeón bar lsmaíl.
                      -Te enviaré un regalo de bodas,  aunque
              no pueda asistir a las fiestas; ya sabes que tu fami­           Toma asiento, bebe un poco de agua fresca y dime
              lia es  muy estricta en eso de la pureza en las ce­             qué deseas.
              remonias.                                                               -¿Enviaste ya a mi padre los recibos de la
                      Salieron de la torre y Victoria, cegada por             herencia del anciano Ismail?
              el  sol  y  el  calor,  se  quitó  el  velo  bordado  y  se              La misma Victoria se dio cuenta de que su
              envolvió en el manto oscuro.                                    pregunta era excesivamente brusca.
                      -Niña, ¿has conseguido algo? Sus propios                        -Todavía  no  se  ha efectuado  la  entrega
              soldados murmuran que ese hombre es un ladrón.                  real, aunque se han firmado todos los documentos
                      -Está en venta y mi tío lo ha comprado                  preliminares.  ¿Necesitas  dinero?  Puedo  darte  lo
              -dijo Victoria con amargura-. Vamos, Prisca; nos                que desees con tu firma.
              quedan más visitas.                                                     -Quiero  que  cobres  ese  dinero  y  se  lo
                                                                              envíes cuanto antes a mi padre. Y quiero que remi­
                                                                              tas también una carta mía.
                      Había una mesa grande y pesada colocada                         -Lo  haré  sí  lo  deseas,  dómina  Victoria;
              en la habitación más espaciosa de la casa en la que             pero, ¿no es tu futuro esposo el que debe disponer
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