Page 27 - De Victoria para Alejandro
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,,                    Tres                     ...


















                                                                                      Cesárea era una pequeña ciudad de estilo
                                                                              romano, nueva y limpia -no en vano la había fun­
                                                                              dado el rey Herodes el Grande un siglo antes-, con
                                                                              un puerto que hervía de actividad.  El tío Simeón
                                                                              había enviado desde Jerusalén una pequeña cara­
                                                                              vana para recibir a los viajeros y acompañarlos sin
                                                                              peligro a Jerusalén.
                                                                                      Los hombres de la caravana descargaron
                                                                              los equipajes del barco y los amontonaron en los
                                                                              mulos.
                                                                                      El capitán los despidió en la escala.
                                                                                      -Que los dioses te guarden,  noble señor.
                                                                              Y te conserven tan hermosa, dómina Victoria.
                                                                                      Los ojos del tío José relampaguearon ante
                                                                              la cortesía del capitán. Se separó rápidamente del
                                                                              grupo y volvió con un paquete que tendió a Prisca.
                                                                                      -Ayuda  a tu  ama  a  ponerse  este  manto
                                                                              -se  encaró  con Victoria-.  Mientras  estés  en Ju-
                                                                              dea, utilizarás este manto para salir a la calle.  ¡Y
                                                                              dejarás de exhibirte con esas ropas!
                                                                                      -¡Son mis vestidos de Roma!
                                                                                      La voz del hombre sonó helada.
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