Page 109 - De Victoria para Alejandro
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 llevarse las bandejas llenas otra vez. Pero Victoria   -Ya lo hago.
 no tenía mucho apetito; rezaba, añoraba a Alejan­  Estaba sentada trenzando aquellos cordo­
 dro, su sonrisa, su ternura, el calor de sus manos   nes dorados que quería regalar a su prima. Duran­
 en las suyas, y trazaba planes que luego desechaba   te  todo  el  tiempo  había  tenido  abandonada  la
 por irrealizables; evaluaba su situación, meditaba   labor.
 desesperadamente.  Recordaba  las  palabras  del   -¿Te has dado por vencida?
 agente de su padre: PIENSA.  -¡Nunca! Espero. Mi vida está en las ma-
 Al fin le dijo a Prisca:   nos de Dios y yo lucharé hasta el último momento
 -Dile a Miriam que procure ver a Marta,  porque no se cometa conmigo tanta injusticia.
 la hermana de Lázaro, la de Betania. Que venga a   Miriam  movió  la  cabeza  y  la  dejó  sola.
 verme.
 -No se lo permitirán, niña.
 -A ella; sí, era amiga de mi madre; dile a  La anciana Marta de  Betania anunció su
 Miriam  que  mi  impureza  habrá  terminado  ma­  v1s1ta.  Vino  en  una  litera  de  andas  talladas  y  la
 ñana.   recibieron en la sala principal, cerca del patio.  La
 Cuando bajó a la cocina había adelgazado   abuela  Ana y  la tía  Juana  estaban  encantadas,  y
 y estaba tan pálida que su cabello color miel desta­  entre vasos de limonada y almendras tostadas con
 caba  como  una  llama.  También los  ojos estaban   miel, la pusieron al tanto de las novedades.
 más  transparentes,  más  claros,  como  verdaderos   -¿Sabes,  Marta?  Mi  sobrina  Victoria  se
 charcos de agua.   casa con Daniel.
 Miriam dijo:    El rostro de la anciana se iluminó en una
 -Ya di tu recado a Marta. ¿Para qué quie­  sonnsa.
 res verla?      Se levantó con los brazos abiertos.
 -Necesito hablar con alguien de confian­  -¡Qué alegría!  ¿ Verdad, Ana? ¡Te tendre-
 za.  Es cristiana y era amiga de mi madre.  Puede   mos aquí para siempre!
 representar a mi familia.   Abrazó a Victoria y le susurró al oído:
 Miriam observó, preocupada:   -Tranquila, hija; lo arreglaremos.
 -Nosotros somos tu familia y yo te quie­  Se volvió a sentar. Su evidente alegría ha­
 ro, Victoria.  Has adelgazado. Tienes que cuidarte.   bía tranquilizado a la abuela Ana y a Juana,  que
 Victoria dijo con desgana.   comentó satisfecha:
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