Page 106 - De Victoria para Alejandro
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                                         antes de firmar la autorización de viaje que le pre­
                                         sentó el tío José.
                                                 -Nunca tuvisteis intención de entregar la
                                         herencia...  Estaba  todo  dispuesto  desde  el  prin­
                                         c1p10 ..
                                                 -No,  tonta. Dependía de tu actitud y de
                                         otras cosas, pero el tío José quiso estar preparado
                                         por  si  hacía  falta.  Escucha,  Victoria:  Y o  soy  el
                                         segundo hijo, y mi vida cambió cuando me rompí
                                         la pierna. No puedo vigilar los pastores y los cam­
                                         pos  de  mi  padre  como  mi hermano Efraín,  que
                                         además es el heredero. No puedo montar a caballo,
                                         no puedo luchar... Hubiese deseado apartarme del
                                         mundo y vivir en Qumrán con los hijos de la luz,
                                         rezando a Dios y esperando el día de Israel. Hablé
                                         tanto de mi ideal que seduje a mi hermano Judas y
                                         en cambio yo, por esta maldita pierna más corta,
                                         no  puedo  cumplirlo.  ¡No  se  puede  consagrar  al
                                         Señor algo defectuoso!  Ya no sirvo para mucho.
                                                 -¡Eso no es cierto!  El Señor es Padre de
                                         todos sus hijos, y a los pobres, los tristes y enfer­
                                         mos los ama aún más. Además, tú vigilas los viajes
                                         de las caravanas de ty. padre y lo haces muy bien.
                                                 Daniel  se  encogió  de  hombros  con  tris­
                                         teza.
                                                 -Porque él me lo consiente. No entiendes,
                                         no has entendido nada de nosotros. Mi padre es el
                                         amo; soy el hijo segundo ¿Dónde iré si le desobez­
                                         co? ¿Quién me dará trabajo? Y, pese a lo que dice
                                         la  abuela,  a  mí  me  gusta tu pelo que se ilumina
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