Page 139 - Cuentos de Amor locura y Muerte
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Yo tengo alguna idea, como todo hombre, de lo que son inmóvil dicha. Pero de vez en cuando tornaban a apartarse
dos ojos que nos aman, cuando uno se va acercando despacio inquietos y recorrían las caras desconocidas. J? os o tres v ces
a ellos. Perotla luz de aquellos ojos, la felicidad en que se iban i:.
anegando mientras me acercaba, el mareado relampagueo de miré exclusivamente al médico; pero éste baJó las pestanas,
indicándome que esperara. Y tuvo razón al fin, porque de
dicha-hasta el estrabismo-- cuando me incliné sobre ellos, pronto, bruscamente, como un derrumbe de sueños, la enfer
jamás en un amor nonnal a treinta y siete grados los volveré ma cerró los ojos y se durmió.
a hallar. Salimos todos, menos la hermana, que ocupó mi lugar en
La enfenna balbuceó algunas palabras, pero con tanta
dificultad de sus labios resecos, que nada oí. Creo que me el sillón. No era fácil decir algo -yo al menos-. La madre,
por fin, se dirigió a mí con una triste y seca sonrisa.
sonreí como un estúpido (¡qué iba a hacer, quiero que me -Qué cosa más horrible, ¿no? ¡Da pena!
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digan!), y ella tendió entonces su brazo hacia mí. Su intención ¡Horrible, horrible! No era la enferm dad, smo la situa
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era tan inequívoca que le tomé la mano. ción lo que les parecía horrible. Estaba visto que todas las
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-Siéntese ahí -murmuró. galanterías iban a ser para mí en aquella casa. Pr mer el
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Luis María corrió el sillón hacia la cama y me senté. hermanito, luego la madre ... Ayestarain, que nos hab1a deJado
Véase ahora si ha sido dado a persona alguna una un instante, salió muy satisfecho del estado de la enfe a;
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situación más extraña y disparatada: descansaba con una placidez desconocida aún. La madre miró
Yo, en primer ténnino, puesto que era el héroe, teniendo a otro lado, y yo miré al médico. Podía irme, claro que sí, Y me
en la mía una mano ardiente en fiebre y en un amor totalmente despedí.
equivocado. En el lado opuesto, de pie, el médico. A los pies He dormido mal, lleno de sueños que nada tienen que r
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de la cama, sentado, Luis María. Apoyadas en el respaldo, en con mi habitual vida. Y la culpa de ello está en la fam1ha
el fondo, la mamá y la hermana. Y todos sin hablar, mirándo Funes, con Luis María, madre, hermanas y parientes ol tera
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nos a la enferma y a mí con el ceño fruncido. Jes. Porque si se concreta bien la situación, ella da lo s1 mente:
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¿Qué iba a hacer yo? ¿Qué iba a decir? Preciso es que Hay una joven de diecinueve años, muy bella sm duda
piensen un momento en esto. La enferma, por su parte, alguna, que apenas me conoce y a quien yo le oy pr funda Y
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arrancaba a veces sus ojos de los míos y recorría con dura totalmente indiferente. Esto en cuanto a Mana Elvtra. ay,
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inquietud los rostros presentes uno tras otro, sin reconocerlos, por otro lado, un sujeto joven también -ingeniero s1 se
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para dejar caer otra vez su mirada sobre mí, confiada en quiere-que no recuerda haber pensado dos vece seg u � as en
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profunda felicidad. la joven en cuestión. Todo esto es razonable, mteltg1ble Y
¿Qué tiempo estuvimos así? No sé; acaso media hora,
acaso mucho más. Un momento intenté retirar la mano, pero normal.
Pero he aquí que la joven hermosa se enferma, de
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la enferma la oprimió más entre la suya. meningitis o cosa por el estilo, y en el delirio de la fiebre, úmca
--,-Todavía no ... -munnuró, tratando de hallar más y exclusivamente en el delirio, se si nte abr sada de amor.
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cómoda postura a su cabeza. Todos acudieron, se estiraron las . Por un primo, un hermano de sus amigos, un Joven mundano
sábanas, se renovó el hielo, y otra vez los ojos se fijaron -en (, - ,
que ella conoce bien? No, senor; por m1.
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