Page 39 - Narraciones extraordinarias
P. 39

francesa raramente habla en forma inequívoca en tales oca­  111s con instrumentos eran varios, de gran talento. Las cantan-
 siones, y siempre dispone de alguna hábil escapatoria verbal.   1 ·s, exclusivamente mujeres, resultaron excelentes.
 En nuestro caso, durante unos momentos pareció buscar al­  Finalmente, al cabo de pedírselo encarecidamente, Ma­
 go que decir, y finalmente dejó caer sobre la hierba una mi­  tlome Lalande se puso de pie. Decidida, sin afectación, aban­
 niatura que yo recogí.   donó la chaise longue donde se hallaba sentada a mi lado, Y
 -Guárdala -ordenó ella, con una de sus más fascinan­  ,rnmpañada por dos caballeros y su amiga de la Opera, se di­
 tes sonrisas -. Guárdala como recuerdo mío de este momen­  , igió al salón en el que se ubicaba el piano. Yo quería acom­
 to, como recuerdo de la que está ahí retratada y demasiado   pañarla,  pero  comprendí  que,  dadas  las  circunstan�ias,  lo
 favorecida. En el dorso podrás descubrir la información de lo   111cjor era quedarme inadvertido donde me hallaba. Así, me
 que parece interesarte. Ahora se está haciendo de noche, pe­  vi privado del placer de verla, ya que no de oírla cantar.
 ro mañana podrás examinarla con calma. Mis amigos prepa­  La  impresión  que  causó  en la  concurrencia  tuvo  algo
 ran a estas horas una reunión musical, y también te prometo   111:ígico. Pero el efecto que a mí me produjo fue aún más in-
 la asistencia de un buen cantante. Nosotros los franceses no   11·11so. Sin duda dependía, en parte, del sentimiento de amor
 somos tan remilgados como los norteamericanos para estas   q11c me invadía, y de mi convicción sobre la extremada sensi­
 cosas, y por lo tanto no tendré dificultad en presentarte, en   bilidad de la cantante, porque no es posible que arte alguno
 esta reunión, como un antiguo conocido.   p11cda comunicar a un aria o a un recitado expresividad más
 Diciendo esto, se cogió de mi brazo, y la acompañé hasta   1pasionada que la de ella. Sus notas bajas eran maravillosas.
 su casa. La residencia era hermosísima, amueblada con muy   • '11  voz abarcaba tres octavas que se exten  ian  ese e e  re
                                                          1"  "
                                              d,  d  l
 buen gusto. Sin embargo, no me siento autorizado para juz­  1 nntralto hasta el "re" sobreagudo, subiendo y bajando en es-
 gar a fondo, ya que cuando llegamos era de noche, y en las ca­  1 alas, cadencias, y fioriture. En el final de La Sonámbula pro­
 sas  norteamericanas,  aún  en  las  más  elegantes,  no  se   d11jo  un efecto  notable  al  cantar:  "iAh,  non giunge wnan
 encienden las luces mientras dura el calor del verano, pasado   ¡wnsiero, al contento ond'io son pena."
 el anochecer. Hasta cerca de una hora después de mi llegada,   Al levantarse del piano, después de aquellos milagros de
 hubo sólo un quinqué con pantalla en el salón principal, y,   ,·jccución vocah-ocupó nuevamente su lugar a mi lado. Le ex­
 según logré apreciar con esta iluminación, ostentaba un gran   P'  ·sé el más hondo deleite que había experimentado ante su
 refinamiento y esplendor. Las salas contiguas, donde la con­  1·1ccución. Pero de mi asombro nada dije, aún cuando estaba
 currencia se reunía preferentemente, permanecieron toda la   1111\nito; lo estaba, porque cierta nota de debilidad o, más bien,
 velada en agradable penumbra.   1111t1 Lrémula inflexión que surgía en su voz al conversar, jamás
 Madame Lalande no había exagerado el talento musical   111 • habrían autorizado a sospechar que podría atacar con éxi-
 de su amigos, y el canto que allí pude escuchar fue superior a   11) esas partituras.
 cuanto se oía fuera de Viena. Los intérpretes de las partitu-  Nuestra conversación fue larga, vehemente, interrumpi-

 36                               37
   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44