Page 145 - Narraciones extraordinarias
P. 145

muy extraña y sospechosa.   dón,  casi esperanzado en encontrar el tesoro que había
 Cavamos aproximadamente por dos horas, y, a pesar   vuelto insano a mi amigo. El Terranova que nos acompa­
 de nuestros esfuerzos y  de la profundidad de la fosa, no   ñaba aulló augurosamente y, rechazando a Júpiter que in­
 había indicios del tesoro. Descansamos por algunos minu­  tentaba ponerle el bozal,  se lanzó a la fosa escarbando
 tos, y ante una nueva orden, ahondamos en dos pies más   furiosamente con las uñas. Al segundo, vislumbramos un
 nuestra labor. Por fin Legrand, desalentado y triste, saltó   montón de huesos humanos que formaban dos esqueletos,
 fuera de la zanja. Con una señal ordenó a Júpiter recoger   varios botones de metal y restos de andrajosos uniformes.
 las herramientas y disponerse a partir de vuelta. Caminá­  Ante la  sorpresa,  Júpiter no pudo disimular su  alegría;
 bamos con pesadumbre, como si todos hubiésemos fraca­  mientras que su amo mostraba gran decepción. No obstan­
 sado, cuando, de súbito, a no más de cien pasos, Legrand   te, nos urgió a que siguiéramos excavando. En eso, tras el
 se abalanzó sobre el cuello del negro.   último golpe de mi azada, noté que mi bota se enganchaba
 -¡Bandido!  ¡Bribón!  ¡Tú nos has engañado!  ¡Dime!   en un grueso anillo de hierro. Poco después nos encontra­
 ¿Cuál es tu ojo izquierdo?   mos desenterrando un cofre amarillo perfectamente bien
 -¡Amo! -clamó con pavor Júpiter, e indicando con un   conservado, lo que indicaba un proceso de mineralización,
 dedo su ojo derecho- ¿No es este acaso mi ojo izquierdo?   debido quizás al bicloruro de mercurio. Tenía tres pies de
 -¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡HmTa! -gritaba con exaltación   ancho por dos y medio de profundidad. Estabá asegurado
 Legrand, seguido de saltos y  giros de júbilo-.  Debemos   con dos chapas metálicas cruzadas y provistas de anillos,
 regresar.   los que facilitaban su traslado. Sin embargo, era tanto su
                                                            �
 Otra vez bajo el árbol, mi amigo insistió en tocar los   peso que no pudimos desempotrado, viéndonos obl gados
 ojos del negro preguntando cuál de ellos era el izquierdo,   a abrirlo, levantado la tapa, sujeta sólo por dos cerroJOS. Al
 y el pobre hombre seguía indicando el derecho. Entonces,   instante, un centelleante tesoro de incalculable valor nos
 nuevamente Legrand tomó su cuerda y la estaca, y, repi­  sorprendió, fatigándosenos la vista con tal cantidad de oro
 tiendo el mismo procedimiento, esta vez hacia el lado con­  y joyas.
 trario, volvió a trazar un círculo de similares dimensiones.   Agotado por tanta excitación, Legrand  apenas pronun-
 Nuestras azadas también hubieron de repetir la acción.   ció unas palabras. En cuanto a Júpiter, palideció tanto corno
 A pesar de un cansancio extremo,  seguí  trabajando,   un negro puede hacerlo. Estupefacto, se puso de rodillas
 cada  vez  más  asombrado por  la misteriosa  locura  de   en la fosa y hundió sus brazos dentro del cofre lleno de
 Legrand. Cavé valerosamente, con los ojos fijos en el aza-  oro, al tiempo que gritaba:

 142                                  143
   140   141   142   143   144   145   146   147   148   149   150