Page 14 - Narraciones extraordinarias
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rrumbe de las restantes paredes había comprimido a la vícti­          y caminamos hacia mi casa. Cuando llegamos se encontró co­
           ma de mi crueldad en el yeso todavía fresco de la pared recién        mo si fuera en la suya, y se convirtió rápidamente en el mejor
           restaurada,  y  la  cal,  en  combinación  con las  llamas  y  el     amigo de mi mujer.
           ai oníaco del cadáver, plasmaron esa imagen tal como yo la                Sin embargo, muy pronto surgió en mí una inexplicable
             �
           veia.                                                                 antipatía hacia él. Sucedía, precisamente, lo contrario de lo
               Intenté satisfacer así mi razón, aunque no mi conciencia,         que yo había esperado. No sé cómo ni por qué ocurrió esto,
           en la que quedó una huella profunda del sorprendente caso.            pero su evidente ternura me enojaba, y casi me fatigaba. Po­
           Durante varios meses no pude liberarme del fantasma del ga­           co a poco, estos sentimientos de disgusto y fastidio fueron au­
           to, y nació en mi alma una especie de remedo de remordi­               mentando,  hasta  convertirse  en  la  amargura  del  odio.
           miento. Llegué incluso a lamentar la pérdida del animal, y a           Principié a evitar su presencia.  Una especie de vergüenza,
           buscar en torno a mí, en los miserables tugurios que frecuen­          mezclada al recuerdo de mi crueldad, me impedían maltratar­
           taba, otro felino parecido que pudiera sustituirle.                    lo, y durante algunas semanas me abstuve de golpearlo o tra­
               Una noche, hallándome medio aturdido en un bodegón,                tarlo con violencia. Pero, gradual e insensiblemente, llegué a
           llamó mi atención un objeto negro en lo alto de uno de los             sentir por él un horror indecible. En silencio, lo eludía, como
           grandes barriles de ginebra y ron que componían el mobilia­            si huyera de la peste.
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           no mas importante del lugar. Desde hacía algunos momentos                 Lo que me despertó abiertamente el odio por el animal,
           observaba este tonel, y me sorprendió no haber advertido lo            fue el descubrimiento que hice a la mañana siguiente de ha­
           que estaba colocado encima. Me acerqué y lo toqué. Era un              berlo llevado conmigo: como Plutón, también este gato había
           gato n gro, enorme, tan corpulento como Plutón, al que se              sido privado de uno de sus ojos. E,;;ta circunstancia, en cam­
                 �
                                                                                  bio, contribuyó a hacerlo más grato a mi esposa, quién, como
           asemeJaba en todo, salvo en un detalle: Plutón no tenía un             ya he dicho, poseía esa ternura que en otro tiempo fue mi ras­
           solo pelo blanco en todo el cuerpo, y éste poseía, aunque en           go característico y el manantial de agrados sencillos y puros.
           forma indefinida, una señal de pelos albos, como un collar so­            Pero el cariño que el gato me demostraba, parecía crecer
           bre el pecho.                                                          en razón directa a mi odio hacia él. Con tenacidad increíble
               Apenas lo toqué, se levantó repentinamente, ronronean­             seguía constantemente mis pasos, se ovillaba bajo mi sillón, o
           do con fuerza, se restregó contra mi mano y pareció conten­            saltando sobre mis rodillas, me cubría con sus caricias espan­
           to. Era el animal que buscaba. Me apresuré a hablar con el             tosas. Si me levantaba, se metía entre mis piernas y casi me
           dueño y le propuse que me lo vendiera. Pero él no manifestó            derribaba, o bien trepaba por mis ropas, clavando sus largas
           interés alguno por el animal. No lo conocía, no lo había visto         y agudas garras en mi pecho. En esos instantes hubiera que­
           nunca.                                                                 rido matarlo de un golpe, y me lo impedía el recuerdo de mi
              Seguí acariciándolo, y cuando me disponía a regresar a mi           primer crimen. No, lo que me detenía, me apresuro a confe­
           hogar, el gato se mostró dispuesto a ir conmigo. Se lo permití         sarlo, era un verdadero terror al animal.

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