Page 116 - Narraciones extraordinarias
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Hasta ahora he hablado fielmente. Sin embargo, cuando                   1aba sobre el Valle una oleada de ese perfume santo. Y en las
         paso  la barrera  creada por  la  muerte  de Eleonora  en  el sendero       horas de soledad, cuando mi corazón latía angustiosamente,
         del tiempo, y comienzo la segunda época de mi existencia,                   los vientos, envueltos en suaves suspiros, llegaba a acariciar
         siento  que  una  sombra pesa sobre mi cerebro, y pongo en duda             mi frente. Vagos murmullos henchían siempre el aire de la
         la lucidez perfecta del recuerdo. No obstante, permítanme                   noche, y una vez, isólo una vez! desperté de un sopor que se
         continuar  ...                                                              asemejaba al adormecimiento de la muerte, al sentir la pre­
             Los años fueron transcurriendo pesadamente, y yo seguí                  sión de unos labios sobre los míos.
         viviendo en en el Valle del Césped Multicolor. Pero se había
         producido una segunda transformación. Las flores parecidas                                              *
         a estrellas envejecieron en los troncos de los árboles y no cre­
         cieron qiás. Y uno por uno, los asfodelos color rubí también                    Me encontré en una  cuidad desconocida,  donde todo
         se marchitaron. En su lugar, brotaron de diez en diez, oscu­                podría servir para borrar los dulces sueños que había vivido
         ras violetas parecidas a ojos que se retorcían angustiosamen­                ·n el Valle del Césped Multicolor. La pompa y el fausto de
         te, y se hallaban siempre cargadas de rocío. Y la vida se fue               una corte soberbia, el estrépito de las armas, el hechizo de la
         de nuestros caminos. El alto flamenco ya no desplegó su plu­                mujer, aturdieron mi cerebro. Pero como hasta entonces mi
         maje escarlata, y emprendió el vuelo tristemente, desde el va­              alma se había mostrado fiel a sus juramentos, las señales de
         lle a  la  montaña,  en  compañía  de  los  demás  pájaros                  la presencia de Eleonora seguían brotando en las mudas ho­
         maravillosos. Los peces de oro y plata partieron por la estre­              ras de la noche.
                                                                                         Súbitamente  cesaron  todas  esas  manifestaciones,  y  el
         cha garganta, hacia el extremo más bajo de nuestra heredad,                 mundo se oscureció ante mis ojos. Quedé abrumado ante los
         y nunca más embellecieron el río con su presencia. Y la arru­               pensamientos que me aplastaban y las espantosas tentaciones
         lladora melodía, que había sido más dulce que el arpa de Eo­                que me acosaron. Desde un país lejano y desconocido, había
         lo  y más  divina que todas las cosas, excepto la voz de Eleonora,          llegado a la corte del rey a quien yo servía, una doncella cuya
         se fue extinguiendo poco a poco, en murmullos que cada vez                  belleza rindió mi corazón desde el primer momento en que la
         se hicieron más débiles, hasta que la corriente volvió a adop­              vi, y ante quien me prosterné sin resistencia, doblegado por
         tar la solemnidad de su profundo silencio. Finalmente, la nu­               la adoración más servil y ardiente. lQué era en realidad mi
         be se alzó, abandonando la cima de las montañas hacia su                    pasión  por  la niña del  valle, comparada  con  el delirio y el éxta­
         antigua umbría, y llevándose consigo todas las suntuosas y                  sis que ahora exaltaba mi espíritu, que vertía lágrimas a los
         áureas magnificencias, muy lejos del Valle del Césped Multi­                pies de la divina Ermengarde? iOh, qué maravillosa era Er­
         color.                                                                      mengarde! En aquel pensamiento no quedaba espacio para
            Aún así, Eleonora no olvidó sus promesas. Yo pude res­                   otra mujer. Cuando yo miraba lo más profundo de su ojos,
         pirar el perfume de los incensarios de los ángeles; siempre flo-            sólo pensaba en ellos, y en ella.

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