Page 114 - Narraciones extraordinarias
P. 114

maron un delicioso viento sobre el Valle del Césped Multico­                 aparecen  en  los  cantos  del  bardo  de  Schiraz,  las  mismas
        lor. Todas las cosas cambiaron. Flores extrañas y brillantes,                imágenes repetidas en cada variación de la frase.
        semejantes a estrellas, brotaron en árboles que hasta enton­                    Eleonora veía el dedo de la muerte posado sobre su co­
        ces jamás habían florecido. Los matices de la verde alfombra                 razón, y sabía que su belleza perfecta había sido creada sólo
        se hicieron mucho más intensos, y, cuando una a una las blan­                para morir. Sin embargo, los terrores de la tumba, para ella,
        cas margaritas se fueron marchitando, crecieron en su lugar,                 residían únicamente en una consideración que me reveló una
        _de diez en diez, los asfodelos color rubí. La vida se alzó en               tarde, al anochecer, junto a las riberas del Río del Silencio. -
        nuestros senderos: altos flamencos desconocidos,  en com­                    Se afligía al pensar que después de enterrarla, yo abandonaría
        pañía de otros pájaros fulgurantes, desplegaban ante noso­                   para siempre aquellos felices lugares, concediendo el amor,
        tros su plumaje escarlata. Los peces de plata y oro llenaron el              que ahora le pertenecía tan apasionadamente, a otra joven,
        río, y de su seno brotó poco a poco un murmullo que fue am­                  de un mundo lejano y vulgar. Al escucharla, me arrojé a los
        pliándose en arrulladora melodía, más dulce que el arpa de                   pies de Eleonora, jurando por ella y por el cielo, que jamás
        Eolo, y más divina que todas las cosas, excepto la voz de Eleo­              me uniría en matrimonio con ninguna hija de la tierra, ni me
        nora. Y entonces, también, una nube que habíamos contem­                     mostraría desleal con su adorada memoria. Y apelé al Todo­
        plado  en las  regiones  del  Véspero,  salió  de  allí  flotando,           poderoso, ordenador del Universo como testigo de la sol m­
                                                                                                                                          f
        resplandeciendo en carmesí y oro, y colocándose suavemen­                    nidad de mi juramento. Y la maldición que invoqué de El, y
        te sobre nosotros, principió a descender día a día, más cerca                también de ella, si yo traicionaba esa promesa, implicaba un
        y más cerca, hasta que sus bordes tocaron la cima de las mon­                castigo cuyos horrores no es posible describir. Los brillantes
        tañas, transformando toda su oscuridad en magnificencia, en­                 ojos de Eleonora resplandecieron más cuando oyó mis pala­
        cerrándonos dentro de una prisión de grandeza y gloria.                      bras, como si hubiesen retirado de su pecho un peso enorme,
            El hechizo de Eleonora estaba por sobre toda compara­                    y aceptó ese juramento, lo que hizo más leve su lecho de muer­
        ción, pero ella era una doncella sin artificios, tan inocente co­            te. No muchos días más tarde, mientras moría pacíficamente,
        mo su breve vida llevada entre las flores. Nada disfrazaba el                me dijo que, por lo que yo había hecho para consolar su espíri­
        fervor del amor que la colmaba, y examinaba conmigo sus más                  tu, velaría por mí después de su partida, y que si le fuese per­
        íntimos sentimientos, mientras paseábamos por el Valle del                   mitido, volvería en forma visible durante las noches; pero que
        Césped Multicolor, conversando sobre las transformaciones                    si esto quedaba fuera del alcance de las almas en el Paraíso,
        que habían ocurrido.                                                         por lo menos me daría señales frecuentes de su presencia: sus­
           Finalmente, un día, sin poder contener las lágrimas, me                   pirando sobre mí con la brisa de la tarde, o llenado el aire que
        habló del último y triste cambio que le sobrevendría a la hu­                ya respirara con el perfume de los incensarios de los ángeles.
        manidad. Desde entonces, sólo pensó en ese doloroso tema,                    Con estas palabras en sus labios, entregó su vida inocente, po­
       mezclándolo en cada uno de nuestros diálogos, igual como                      niendo término a la primera etapa de la mía.

                                  112                                                                          113
   109   110   111   112   113   114   115   116   117   118   119