Page 112 - Narraciones extraordinarias
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mer período, y concederle sólo el crédito que parezca justo a                llos parajes, y la superficie del valle, estaban alfombrados por
        lo que relate de estos tiempos.                                              un suave y parejo césped verde, perfumado de vainilla, pero
            Aquella a la que amé en mi juventud, y de quién escribo                  salpicado  íntegramente por  amarillos  ranúnculos,  blancas
        ahora, serena y claramente, estos recuerdos, era la única hija               margaritas, violetas purpúreas, y asfodelos color rubí. Su ex­
        de la hermana de mi madre, que murió hace mucho tiempo.                      traordinaria belleza hablaba a nuestros corazones del amor y
        Siempre habíamos vivido juntos, bajo el sol tropical, en el Va­              la gracia de Dios.
        lle del Césped Multicolor. Sin ir acompañado de un guía, na­                     Y aquí y allá, en arboledas pequeñas que crecían sobre
        die entró jamás en aquel valle, ya que se extendía muy lejos,                aquel césped, como mezcla de ensueños se alzaban árboles
        entre una cadena de montañas gigantescas que se inclinaban·                   fantásticos, cuyos troncos altos y esbeltos no se mostraban er­
        sobre él, ciñéndolo y cerrando a la luz sus más maravillosos                 guidos, sino que se inclinaban graciosamente hacia la luz que
        rincones. No se había hollado sendero alguno en su vecindad,                 asomaba por el mediodía en el centro del valle. Su corteza es­
        y para llegar hasta nuestro hogar, era necesario ir apartando,                taba jaspeada por el vívido y alternado esplendor del ébano y
        con esfuerzo, el follaje de miles de árboles silvestres, y aplas­             la plata, y era más suave que todo lo existente, excepto las me­
        tar la hermosura de millones de fragantes flores. Así, mi pri­                jillas de Eleonora. A no ser por el verdor de las enormes ho­
        ma,  su  madre,  y  yo,  vivíamos  completamente  solos,  sin                 jas que se extendían desde sus copas en largas y  trémulas
        conocer nada del mundo que no fuera el valle.                                 hileras, retozando con los céfiros, se hubiera podido imaginar
           Desde las oscuras regiones situadas más allá de las mon­                   que eran gigantescas serpientes que rendían homenaje a su
        tañas de nuestro cercado dominio, venía arrastrándose un río                  soberano el Sol.
        estrecho y profundo, más brillante que todas las cosas, excep­                   Cogidos de la mano por aquel bosque, durante quince
        to los ojos de Eleonora. Serpenteando y trazando laberintos,                  años vagamos Eleonora y yo, antes de que el amor penetrase
        se perdía al fin por una sombría garganta. Le llamábamos el                   en nuestros corazones. Fue una tarde, al final del tercer lus­
        Río del Silencio, porque en su corriente parecía existir una                  tro de su vida y del cuarto de la mía, cuando nos sentamos en­
        influencia que todo lo silenciaba. Ningún murmullo se alzaba                  lazados bajo aquellos árboles, mirando las aguas del Río del
        de su lecho, y tan calladamente seguía su curso, que los blan­                Silencio para contemplar el reflejo de nuestras imágenes. No
        cos guijarros que contemplábamos en su profundidad ni si­                     nos dijimos nada durante el resto del atardecer, y nuestras pa­
        quiera se movían,  sino que reposaban con inmóvil deleite,                    labras, incluso al día siguiente, fueron escasas y temblorosas.
        cada uno en su acostumbrado lugar, brillando para siempre.                    Habíamos  atraído  al  dios  Eros  desde  aquellas  ondas,  y
           Las márgenes del río, y las de muchos riachuelos deslum­                   sentíamos que se encendían dentro de nosotros las ardientes
        bradores que avanzaban por desviados caminos hacia su cau­                    almas de nuestros antepasados. Las pasiones que durante si­
        ce, así como  los espacios que se extendían desde aquellas                    glos distinguieron a nuestra estirpe, llegaban en tropel, con
        márgenes hasta la profundidad de sus corrientes, todos aque-                  todas las fantasías que las habían hecho notables, y unidas for-

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