Page 65 - Hamlet
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HAMLET.- No creas que pretendo adularte. ¿Ni qué utilidades puedo yo esperar de ti?
Que exceptuando tus buenas prendas, no tienes otras rentas para alimentarte y vestirte.
¿Habrá quien adule al pobre? No... Los que tienen almibarada la lengua váyanse a lamer
con ella la grandeza estúpida, y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre
galardón. ¿Me has entendido? Desde que mi alma se halló capaz de conocer a los hombres
y pudo elegirlos; tú fuiste el escogido y marcado para ella, porque siempre, o desgraciado o
feliz, has recibido con igual semblante los premios y los reveses de la fortuna. Dichosos
aquellos cuyo temperamento y juicio se combinan con tal acuerdo, que no son entre los
dedos de la fortuna una flauta, dispuesta a sonar según ella guste. Dame un hombre que no
sea esclavo de sus pasiones, y yo le colocaré en el centro de mi corazón; sí, en el corazón
de mi corazón, como lo hago contigo. Pero, yo me dilato demasiado en esto. Esta noche se
representa un drama delante del Rey, una de sus escenas contiene circunstancias muy
parecidas a las de la muerte de mi padre, de que ya te hablé. Te encargo que cuando este
paso se represente, observes a mi tío con la más viva atención del alma, si al ver uno de
aquellos lances su oculto delito no se descubre por sí solo, sin duda el que hemos visto es
un espíritu infernal, y son todas mis ideas más negras que los yunques de Vulcano.
Examínale cuidadosamente, yo también fijaré mi vista en su rostro, y después uniremos
nuestras observaciones para juzgar lo que su exterior nos anuncie.
HORACIO.- Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a nuestra
indagación el menor arcano, yo pago el hurto.
HAMLET.- Ya vienen a la función, vuélvome a hacer el loco, y tú busca asiento.
Escena XI
CLAUDIO, GERTRUDIS y HAMLET, HORACIO, POLONIO, OFELIA, RICARDO,
GUILLERMO, y acompañamiento de Damas, Caballeros, Pajes y Guardias. Suena la
marcha dánica.
CLAUDIO.- ¿Cómo estás, mi querido Hamlet?
HAMLET.- Muy bueno, señor, me mantengo del aire como el camaleón, engordo con
esperanzas. No podréis vos cebar así a vuestros capones.
CLAUDIO.- No comprendo esa respuesta, Hamlet; ni tales razones son para mí.