Page 52 - Hamlet
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HAMLET, RICARDO, GUILLERMO, POLONIO y cuatro cómicos




                       HAMLETBienvenidos, señores; me alegro de veros a todos tan buenos. Bienvenidos...
                  ¡Oh! ¡Oh camarada antiguo! Mucho se te ha arrugado la cara desde la última vez que te vi.
                  ¿Vienes a Dinamarca a hacerme parecer viejo a mí también? Y tú, mi niña, ¡oiga!, ya eres
                  una señorita; por la Virgen, que ya está vuesarced una cuarta más cerca del cielo, desde que
                  no la he visto. Dios quiera que tu voz, semejante a una pieza de oro falso, no se descubra al
                  echarla en el crisol. Señores, muy bienvenidos todos. Pero, amigos, yo voy en derechura al
                  caso, y corro detrás del primer objeto que se me presenta, como halconero francés. Yo
                  quiero al instante una relación. Sí, veamos alguna prueba de vuestra habilidad. Vaya un
                  pasaje afectuoso.

                       CÓMICO l.º.- ¿Y cuál queréis, señor?

                       HAMLET.- Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que nunca se ha
                  representado al público, o una sola vez cuando más... Sí, y me acuerdo también que no
                  agradaba a la multitud; no era ciertamente manjar para el vulgo. Pero a mí me pareció
                  entonces, y aun a otros, cuyo dictamen vale más que el mío, una excelente pieza, bien
                  dispuesta la fábula y escrita con elegancia y decoro. No faltó, sin embargo, quien dijo que
                  no había en los versos toda la sal necesaria para sazonar el asunto, y que lo insignificante
                  del estilo anunciaba poca sensibilidad en el autor; bien que no dejaban de tenerla por obra
                  escrita con método, instructiva y elegante, y más brillante que delicada. Particularmente me
                  gustó mucho en ella una relación que Eneas hace a Dido, y sobre todo cuando habla de la
                  muerte de Príamo. Si la tienes en la memoria... Empieza por aquel verso... Deja, deja, veré
                  si me acuerdo.

                                                  Pirro feroz como la Hyrcana tigre...
                             No es éste, pero empieza con Pirro... ¡ah!...
                                                 Pirro feroz, con pavonadas armas,
                   negras como su intento, reclinado
                   dentro en los senos del caballo enorme,
                   a la lóbrega noche parecía.
                   Ya su terrible, ennegrecido aspecto
                   mayor espanto da. Todo le tiñe
                   de la cabeza al pie caliente sangre
                   de ancianos y matronas, de robustos
                   mancebos y de vírgenes, que abrasa
                   el fuego de los inflamados edificios
                   en confuso montón; a cuya horrenda
                   luz que despiden, el caudillo insano
                   muerte y estrago esparce. Ardiendo en ira,
                   cubierto de cuajada sangre, vuelve
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