Page 49 - Hamlet
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RICARDO.- Los que más os agradan regularmente. La compañía trágica de nuestra
                  ciudad.

                       HAMLET.- ¿Y por qué andan vagando así? ¿No les sería mejor para su reputación y sus
                  intereses establecerse en alguna parte?

                       RICARDO.- Creo que los últimos reglamentos se lo prohíben.

                       HAMLET.- ¿Son hoy tan bien recibidos como cuando yo estuve en la ciudad? ¿Acude
                  siempre el mismo concurso?

                       RICARDO.- No, señor, no por cierto.

                       HAMLET.- ¿Y en qué consiste? ¿Se han echado a perder?

                       RICARDO.- No, señor. Ellos han procurado seguir siempre su acostumbrado método;
                  pero hay aquí una cría de chiquillos, vencejos chillones, que gritando en la declamación
                  fuera de propósito, son por esto mismo palmoteados hasta el exceso. Esta es la diversión
                  del día, y tanto han denigrado los espectáculos ordinarios (como ellos los llaman) que
                  muchos caballeros de espada en cinta, atemorizados de las plumas de ganso de este teatro,
                  rara vez se atreven a poner el pie en los otros.

                       HAMLET.- ¡Oiga! ¿Conque sin muchachos? ¿Y quién los sostiene? ¿Qué sueldo les
                  dan? ¿Abandonarán el ejercicio cuando pierdan la voz para cantar? Y cuando tengan que
                  hacerse cómicos ordinarios, como parece verosímil por su edad si carecen de otros medios,
                  ¿no dirán entonces que sus compositores los han perjudicado, haciéndoles declamar contra
                  la profesión misma que han tenido que abrazar después?

                       RICARDO.- Lo cierto es que han ocurrido ya muchos disgustos por ambas partes, y la
                  nación ve sin escrúpulo continuarse la discordia entre ellos. Ha habido tiempo en que el
                  dinero de las piezas no se cobraba, hasta que el poeta y el cómico reñían y se hartaban de
                  bofetones.

                       HAMLET.- ¿Es posible?

                       GUILLERMO.- ¡Oh! Sí lo es, como que ha habido ya muchas cabezas rotas.

                       HAMLET.- Y qué, ¿los chicos han vencido en esas peleas?

                       RICARDO.- Cierto que sí, y se hubieran burlado del mismo Hércules, con maza y todo.

                       HAMLET.- No es extraño. Ya veis mi tío, Rey de Dinamarca. Los que se mofaban de él
                  mientras vivió mi padre, ahora dan veinte, cuarenta, cincuenta y aun cien ducados por su
                  retrato de miniatura. En esto hay algo que es más que natural, si la filosofía pudiera
                  descubrirlo.

                       GUILLERMO.- Ya están ahí los cómicos.
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