Page 38 - Hamlet
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POLONIO.- Dejándole que obre libremente.
REYNALDO.- Está bien, señor.
POLONIO.- Adiós.
Escena II
POLONIO, OFELIA
POLONIO.- Y bien, Ofelia, ¿qué hay de nuevo?
OFELIA.- ¡Ay! ¡Señor, que he tenido un susto muy grande!
POLONIO.- ¿Con qué motivo? Por Dios que me lo digas.
OFELIA.- Yo estaba haciendo labor en mi cuarto, cuando el Príncipe Hamlet, la ropa
desceñida, sin sombrero en la cabeza, sucias las medias, sin atar, caídas hasta los pies,
pálido como su camisa, las piernas trémulas, el semblante triste como si hubiera salido del
infierno para anunciar horror... Se presenta delante de mí.
POLONIO.- Loco, sin duda, por tus amores, ¿eh?
OFELIA.- Yo, señor, no lo sé; pero en verdad lo temo.
POLONIO.- ¿Y qué te dijo?
OFELIA.- Me asió una mano, y me la apretó fuertemente. Apartose después a la
distancia de su brazo, y poniendo, así, la otra mano sobre su frente, fijó la vista en mi rostro
recorriéndolo con atención como si hubiese de retratarle. De este modo permaneció largo
rato; hasta que por último, sacudiéndome ligeramente el brazo, y moviendo tres veces la
cabeza abajo y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció deshacérsele en
pedazos el cuerpo, y dar fin a su vida. Hecho esto, me dejó, y levantada la cabeza comenzó
a andar, sin valerse de los ojos para hallar el camino; salió de la puerta sin verla, y al pasar
por ella, fijó la vista en mí.