Page 248 - Hamlet
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útil; al paso que los planes concertados con la mayor sagacidad, se malogran, prueba
                  certísima de que la mano de Dios conduce a su fin todas nuestras acciones por más que el
                  hombre las ordene sin inteligencia.

                       HORACIO.- Así es la verdad.

                       HAMLET.- Salgo, pues, de mi camarote, mal rebujado con un vestido de marinero, y a
                  tientas, favorecido de la oscuridad, llego hasta donde ellos estaban. Logro mi deseo, me
                  apodero de sus papeles, y me vuelvo a mi cuarto. Allí, olvidando mis recelos toda
                  consideración, tuve la osadía de abrir sus despachos, y en ellos encuentro, amigo, una
                  alevosía del Rey. Una orden precisa, apoyada en varias razones, de ser importante a la
                  tranquilidad de Dinamarca, y aún a la de Inglaterra y ¡oh! mil temores y anuncios de mal, si
                  me dejan vivo... En fin, decía: que luego que fuese leída, sin dilación, ni aun para afinar a la
                  segur el filo, me cortasen la cabeza.

                       HORACIO.- ¡Es posible!

                       HAMLET.- Mira la orden aquí, podrás leerla en mejor ocasión; pero ¿quieres saber lo
                  que yo hice?

                       HORACIO.- Sí, yo os lo ruego.

                       HAMLET.- Ya ves como rodeado así de traiciones, ya ellos habían empezado el drama,
                  aun antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. No obstante, siéntome al bufete,
                  imagino una orden distinta, y la escribo inmediatamente de buena letra... Yo creí algún
                  tiempo (como todos los grandes señores) que el escribir bien fuese un desdoro; y aun no
                  dejé de hacer muchos esfuerzos para olvidar esta habilidad; pero ahora conozco, Horacio,
                  cuán útil me ha sido tenerla. ¿Quieres saber lo que el escrito contenía?

                       HORACIO.- Sí señor.

                       HAMLET.- Una súplica del Rey dirigida con grandes instancias al de Inglaterra, como a
                  su obediente feudatario, diciéndole que su recíproca amistad florecería como la palma
                  robusta; que la paz, coronada de espigas, mantendría la quietud de ambos imperios,
                  uniéndolos en amor durable, con otras expresiones no menos afectuosas. Pidiéndole, por
                  último, que vista que fuese aquella carta, sin otro examen, hiciese perecer con pronta
                  muerte a los dos mensajeros; no dándoles tiempo ni aun para confesar su delito.

                       HORACIO.- ¿Y cómo la pudisteis sellar?

                       HAMLET.- Aún eso también parece que lo dispuso el Cielo, porque felizmente trata
                  conmigo el sello de mi padre, por el cual se hizo el que hoy usa el Rey. Cierro el pliego en
                  la forma que el anterior, póngole la misma dirección, el mismo sello, le conduzco sin ser
                  visto al mismo paraje y nadie nota el cambio... Al día siguiente ocurrió el combate naval, lo
                  que después sucedió, ya lo sabes.

                       HORACIO.- De ese modo, Guillermo y Ricardo caminan derechos a la muerte.
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