Page 19 - Hamlet
P. 19

LAERTES.- Respetable Soberano, solicito la gracia de vuestro permiso para volver a
                  Francia. De allí he venido voluntariamente a Dinamarca a manifestaros mi leal afecto, con
                  motivo de vuestra coronación; pero ya cumplida esta deuda, fuerza es confesaros que mis
                  ideas y mi inclinación me llaman de nuevo a aquel país, y espero de vuestra mucha bondad
                  esta licencia.

                       CLAUDIO.- ¿Has obtenido ya la de tu padre? ¿Qué dices Polonio?

                       POLONIO.- A fuerza de importunaciones ha logrado arrancar mi tardío consentimiento.
                  Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de que se vaya, aunque a pesar mío; y
                  os ruego, señor, que se la concedáis.

                       CLAUDIO.- Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y haz cuanto gustes
                  y sea más conducente a tu felicidad. Y tú, Hamlet, ¡mi deudo, mi hijo!

                       HAMLET.- Algo más que deudo, y menos que amigo.

                       CLAUDIO.- ¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?

                       HAMLET.- Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.

                       GERTRUDIS.- Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción; véase en él
                  que eres amigo de Dinamarca; ni siempre con abatidos párpados busques entre el polvo a tu
                  generoso padre. Tú lo sabes, común es a todos, el que vive debe morir, pasando de la
                  naturaleza a la eternidad.

                       HAMLET.- Sí señora, a todos es común.

                       GERTRUDIS.- Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?

                       HAMLET.- ¿Aparentar? No señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este manto,
                  ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos sollozos, ni en los ojos un
                  abundante río, ni la dolorida expresión del semblante, junto con las fórmulas, los ademanes,
                  las exterioridades de sentimiento; bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el
                  verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es verdad; pero son
                  acciones que un hombre puede fingir... Aquí, aquí dentro tengo lo que es más que
                  apariencia, lo restante no es otra cosa que atavíos y adornos del dolor.

                       CLAUDIO.- Bueno y laudable es que tu corazón pague a un padre esa lúgubre deuda,
                  Hamlet; pero, no debes ignorarlo, tu padre perdió un padre también y aquel perdió el suyo.
                  El que sobrevive, limita la filial obligación de su obsequiosa tristeza a un cierto término;
                  pero continuar en interminable desconsuelo, es una conducta de obstinación impía. Ni es
                  natural en el hombre tan permanente afecto; que anuncia una voluntad rebelde a los
                  decretos de la Providencia, un corazón débil, un alma indócil, un talento limitado y falto de
                  luces. ¿Será bien que el corazón padezca, queriendo neciamente resistir a lo que es y debe
                  ser inevitable, a lo que es tan común como cualquiera de las cosas que más a menudo
                  hieren nuestros sentidos? Este es un delito contra el Cielo, contra la muerte, contra la
   14   15   16   17   18   19   20   21   22   23   24