Page 15 - Hamlet
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HORACIO.- Muy parecido es... Su vista me conturba con miedo y asombro.

                       BERNARDO.- Querrá que le hablen.

                       MARCELO.- Háblale, Horacio.

                       HORACIO.- ¿Quién eres tú, que así usurpas este tiempo a la noche, y esa presencia
                  noble y guerrera que tuvo un día la majestad del Soberano Danés, que yace en el sepulcro?
                  Habla, por el Cielo te lo pido.

                       MARCELO.- Parece que está irritado.

                       BERNARDO.- ¿Ves? Se va, como despreciándonos.

                       HORACIO.- Detente, habla. Yo te lo mando. Habla.

                       MARCELO.- Ya se fue. No quiere respondernos.

                       BERNARDO.- ¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color. ¿No es esto algo
                  más que aprensión? ¿Qué te parece?

                       HORACIO.- Por Dios que nunca lo hubiera creído, sin la sensible y cierta demostración
                  de mis propios ojos.

                       MARCELO.- ¿No es enteramente parecido al Rey?

                       HORACIO.- Como tú a ti mismo. Y tal era el arnés de que iba ceñido cuando peleó con
                  el ambicioso Rey de Noruega, y así le vi arrugar ceñudo la frente cuando en una altercación
                  colérica hizo caer al de Polonia sobre el hielo, de un solo golpe... ¡Extraña aparición es
                  ésta!

                       MARCELO.- Pues de esa manera, y a esta misma hora de la noche, se ha paseado dos
                  veces con ademán guerrero delante de nuestra guardia.

                       HORACIO.- Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero en mi ruda
                  manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza a nuestra nación.

                       MARCELO.- Ahora bien, sentémonos y decidme, cualquiera de vosotros que lo sepa;
                  ¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan penosas y vigilantes?
                  ¿Para qué es esta fundición de cañones de bronce y este acopio extranjero de máquinas de
                  guerra? ¿A qué fin esa multitud de carpinteros de marina, precisados a un afán molesto, que
                  no distingue el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber para que
                  sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién de vosotros podrá
                  decírmelo?

                       HORACIO.- Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto corren. Nuestro
                  último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a combate, como ya
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