Page 118 - Hamlet
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HAMLET.- Óyeme: ¿cuál es la razón de obrar así conmigo? Siempre te he querido
bien... Pero nada importa. Aunque el mismo Hércules, con todo su poder, quiera estorbarlo,
el gato maullará y el perro quedará vencedor.
CLAUDIO.- Horacio, ve, no le abandones... Laertes, nuestra plática de la noche anterior
fortificará tu paciencia, mientras dispongo lo que importa en la ocasión presente... Amada
Gertrudis, será bien que alguno se encargue de la guarda de tu hijo. Esta sepultura se
adornará con un monumento durable. Espero que gozaremos brevemente horas más
tranquilas; pero, entretanto, conviene sufrir.
Escena IV
HAMLET, HORACIO
Salón del Palacio.
HAMLET.- Baste ya lo dicho sobre esta materia. Ahora quisiera informarte de lo demás;
pero, ¿te acuerdas bien de todas las circunstancias?
HORACIO.- ¿No he de acordarme, señor?
HAMLET.- Pues sabrás amigo, que agitado continuamente mi corazón en una especie
de combate, no me permitía conciliar el sueño, y en tal situación me juzgaba más infeliz
que el delincuente cargado de prisiones. Una temeridad... Bien que debo dar gracias a esta
temeridad, pues por ella existo. Sí, confesemos que tal vez nuestra indiscreción suele sernos
útil; al paso que los planes concertados con la mayor sagacidad, se malogran, prueba
certísima de que la mano de Dios conduce a su fin todas nuestras acciones por más que el
hombre las ordene sin inteligencia.
HORACIO.- Así es la verdad.
HAMLET.- Salgo, pues, de mi camarote, mal rebujado con un vestido de marinero, y a
tientas, favorecido de la oscuridad, llego hasta donde ellos estaban. Logro mi deseo, me