Page 101 - Hamlet
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LAERTES.- Gracia, señores. Guardad las puertas... y tú, indigno Príncipe, dame a mi
                  padre.

                       GERTRUDIS.- Menos, menos ardor, querido Laertes.

                       LAERTES.- Si hubiese en mí una gota de sangre con menos ardor, me declararía por
                  hijo espurio, infamaría de cornudo a mi padre e imprimiría sobre la frente limpia y casta de
                  mi madre honestísima, la nota infame de prostituta.

                       CLAUDIO.- Pero, Laertes, ¿cuál es el motivo de tan atrevida rebelión? Déjale,
                  Gertrudis, no le contengas... No temas nada contra mí. Existe una fuerza divina que
                  defiende a los Reyes: la traición no puede, como quisiera, penetrar hasta ellos, y ve
                  malogrados en la ejecución todos sus designios... Dime, Laertes, ¿por qué estás tan airado?
                  Déjale Gertrudis... Habla tú.

                       LAERTES.- ¿En dónde está mi padre?

                       CLAUDIO.- Murió.

                       GERTRUDIS.- Pero no le ha muerto el Rey.

                       CLAUDIO.- Déjale preguntar cuanto quiera.

                       LAERTES.- ¿Y cómo ha sido su muerte?.. ¡Eh!... No, a mí no se me engaña. Váyase al
                  infierno la fidelidad, llévese el más atezado demonio los juramentos de vasallaje, sepúltense
                  la conciencia, la esperanza de salvación, en el abismo más profundo... La condenación
                  eterna no me horroriza, suceda lo que quiera, ni éste ni el otro mundo me importan nada...
                  Sólo aspiro, y este es el punto en que insisto, sólo aspiro a dar completa venganza a mi
                  difunto padre.

                       CLAUDIO.- ¿Y quién te lo puede estorbar?

                       LAERTES.- Mi voluntad sola y no todo el universo, y en cuanto a los medios de que he
                  de valerme, yo sabré economizarlos de suerte que un pequeño esfuerzo produzca efectos
                  grandes.

                       CLAUDIO.- Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de tu amado
                  padre ¿está escrito acaso en tu venganza, que hayas de atropellar sin distinción amigos y
                  enemigos, culpados e inocentes?

                       LAERTES.- No, sólo a mis enemigos.

                       CLAUDIO.- ¿Querrás, sin duda, conocerlos?

                       LAERTES.- ¡Oh! A mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos brazos, y semejante
                  al pelícano amoroso, los alimentaré si necesario fuese con mi sangre misma.
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