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Sólo una vez reacciona enojada ante los comentarios de su amiguita. Es
cuando Nuria le pregunta: —¿Tiene dientes Jarpo? Como nunca sonríe.
O cuando dice:
—¿Quién se cree que es ése? ¿El rey del universo? En las contadas
ocasiones en que se digna a hablarnos, nos trata de "usted" en vez de tutearnos.
Se hace el importante.
Entonces sí que Zelda se enoja con Nuria: —¡A mí también me habla de
"usted", boba! ¡Jarpo domina once idiomas —para que sepas— y es claro que le
resulta más fácil usar el "usted", así no tiene que memorizar tantos cambios en
los verbos! ¡Y sí que sonríe, pero si lo siente de verdad y no como algunas
"sonreidoras profesionales" que yo sé y que se tratan de ganar la simpatía de los
maestros con su hipócritas ji-jís!
Una tarde —mientras todo el grado al que asisten Nuria, Zelda y Jarpo se
halla en el gimnasio— a la maestra le asalta la tentación de revisar el maletín
escolar de Jarpo.
Le han llegado ciertos extraños rumores infantiles acerca del niño nuevo,
de las conversaciones secretas con Zelda y del papelerío privado que va y viene
entre los dos.
Aunque siente ligera vergüenza por este acto de espionaje, piensa que todo
es por el beneficio de sus alumnos y se decide a hacerlo. Por las dudas.
¿Qué descubre en el maletín de Jarpo?
Cuadernos y útiles comunes, los libros de texto reglamentarios. Sólo le
llaman la atención tres diminutas especies de casetes de poco más de dos
centímetros por uno, guardadas en un estuche trasparente y en uno de cuyos
extremos puede verse una etiqueta con algunos números y signos que no
significan nada para ella.
También, un rollito de hojas de block. Están prolijamente enrollados
dentro eje un portapapeles. La maestra los estira y ve algo así como distintos
diseños de circuitos electrónicos.
En realidad, no entiende de qué se trata pero tampoco le interesa
averiguarlo.
Vuelve a guardar todo el material en el maletín de Jarpo.
Se encamina —ahora— hacia el banco de Zelda y toma su mochila.
La registra, del mismo modo que ha hecho con la valija del muchacho. Ya
está por volver a colocar todo en su sitio cuando advierte un bulto debajo del
forro de un libro. Palpa y nota que se trata de un sobre. Lo saca cuidadosamente
(no vaya a ser que —después— las criaturas se den cuenta de que han sido
registradas).
El sobre es una carta de Jarpo para Zelda, con la recomendación de que no
la lea hasta el mediodía siguiente.
Mala suerte, está cerrada con pegamento e imposible abrirla sin romper las
cintas adhesivas que la cruzan en todas direcciones, como si allí se protegiera un
gran secreto.
Vuelve a ubicarla donde estaba. Se conforma —entonces— con observar
una hoja donde se ve el diseño —en miniatura— de un circuito similar a los que
encontró en el maletín de Jarpo, aunque no entiende qué significa. Sin embargo,
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