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varones.
—Un repelente.
—Si fuera un "traga" no haría otra cosa que repasar las lecciones en los
recreos y en cada momento libre y Jarpo no toca una carpeta ni siquiera en los
minutos anteriores a los exámenes. Es súper inteligente, eso es todo, y ustedes se
mueren de envidia.
Zelda es quien defiende a Jarpo de las habladurías.
Aunque el muchacho es muy serio, callado, poco comunicativo, le atrae
tal como el primer día en que lo vio.
Sin embargo, no puede explicarse exactamente por qué, ya que Jarpo la
trata con reserva, al igual que a los demás.
De todos modos, Zelda está segura de que a ella le demuestra un poquito
más de simpatía. Eso puede apreciarlo en cierta sonrisa —casi imperceptible—
que le nace en los labios y en los ojos cuando la ve o en que —a veces— lo
sorprende mirándola como si ella fuera un paisaje extraordinario.
Es recién después de dos meses de clases compartidas cuando se produce
un hecho que los acerca afectivamente.
Ha llegado la hora del almuerzo escolar. El comedor de la escuela parece
una bulliciosa pajarera.
Ya están concluyendo con el primer plato cuando una de las celadoras se
alarma:
—¿Dónde está Jarpo?
Enseguida —y en vista de que no aparece por el comedor— dos
compañeros salen a buscarlo: en el aula no está; en los baños, tampoco; ni en el
gimnasio, ni en el laboratorio, ni en el salón de música, ni en la biblioteca...
Al rato, todos los compañeros del grado van en su busca por el amplio
establecimiento:
—¡Jaaarpooo! ¡Jaaarpooo!
Zelda también, muy preocupada. —¡Jaaarpooo!
Corre hacia el parque de la escuela, dirigiéndose rumbo a la arboleda que
crece detrás de la pileta de natación. Jarpo suele caminar por allí todos los días,
cuando se va a jugar solo con un pequeño aparatito electrónico —tipo
"walkman"— que no le deja tocar a nadie. Ni a Zelda.
¡Qué susto se lleva la nena cuando —al fin— encuentra al muchacho
acostado —boca arriba— sobre un banco, con los brazos colgando a los lados y
los ojos muy abiertos! Parece petrificado. No pestañea siquiera.
—¡Jarpo! ¿Qué te pasa? —Zelda lo toca, impresionada.
Él mueve apenas una mano, como queriendo señalar algo.
—¿Qué, Jarpo?
De pronto, sobre las piedras del sendero y a medio metro del banco, Zelda
descubre lo que le parece una diminuta casete. La toma.
—¿Es esto lo que me estás pidiendo?
Jarpo le dice que sí con un leve movimiento de su cara, ahora inexpresiva
como la de un muñeco.
—¿Qué te pasa?, ¡por favor!
Abre lentamente una mano y la acerca a Zelda, que permanece a su lado,
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