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Se traga las lásrimas y la desilusión y se pone a escribir un mensaje para
                  Jarpo, con párrafos de verdadero enojo. En él le anticipa que no entiende nada y
                  que si es una broma, menos, de tan mal Susto o directamente cruel y "ya vas a
                  explicarme todo, quieras o no. ¿Por qué las hojas en blanco —Jarpo— después
                  de que creaste tanto suspenso y me hiciste pensar que..."
                         Más tarde, el bus pasa a buscarla, como siempre.
                         Zelda avisa al chofer que está un poco demorada, que su mamá la llevará
                  esa mañana. Muy seria, le pide a Nuria que —por favor— disimule su antipatía
                  por Jarpo durante un ratito y le entregue esa carta, no bien el muchacho suba al
                  transporte. Nuria acepta con un gesto de desagrado y otro de resignación, como si
                  su amiga le hubiera encomendado escalar una cordillera.
                         El conductor escucha a medias el diálogo entre las chicas y —entonces—
                  le comunica a Zelda, mientras controla la hora en su reloj:
                         —Jarpo ya estará en la escuela. Hoy me telefonearon de su embajada —
                  bien temprano— para avisarme que no fuera a recogerlo, que un empleado se iba
                  a ocupar de trasladarlo personalmente. No; no creo que haya pasado nada malo,
                  nena. Lo más probable es que su padre haya recibido orden de viajar a otro país o
                  a la U.D.E.U. de regreso y —por ese motivo— necesiten hablar con la dire...
                         Zelda entra a su casa como atontada, tras escuchar las palabras del chofer
                  y  decidir  que  la  carta  se  la  dará  ella  misma.  ¿Irse?  ¿Jarpo  va  a  abandonar
                  Burgala? Oh ¡no!
                         Vuelve a tragarse las lágrimas.
                         Entretanto, en la sala de la dirección de la escuela "INTER-EDUCA" se
                  desarrolla esta  escena: La directora, la vice  y  las tres secretarias  —que suelen
                  ocupar sus puestos media hora antes de que empiecen a llegar los niños— están
                  atareadas con la preparación de las actividades del día.
                         Unos pocos alumnos juegan en el patio central, a la espera de la iniciación
                  de las clases.
                         Aparece Jarpo.
                         Serio, con movimientos rígidos, se aproxima a las cinco mujeres y les dice
                  —con inquietante convicción:
                         —Soy un robot. Soy un robot. Dentro de unos instantes, voy a estallar. Mi
                  cabeza  es  una  bomba  ¡Mi  cabeza  es  una  bomba,  una  bomba!  ¡No  se  me
                  acerquen! ¡No traten de detenerme! ¡Lejos de mí!
                         Y antes de que las asombradísimas señoras puedan atinar a sujetarlo —ya
                  que creen que al pobrecito le ha dado un súbito ataque de locura— Jarpo sale
                  disparando hacia el parque.
                         Corre como impulsado por una energía sobrehumana. Insólito.
                         Cuando Zelda y su mamá llegan a la escuela, todos se encuentran ya en el
                  parque. Personal docente y alumnos.
                         —¿Qué habrá pasado? —se preguntan madre e hijas.
                         Mediante altavoces, los psicólogos de la institución tratan de dialogar con
                  una criatura que se ha ocultado entre la arboleda que crece detrás de la pileta de
                  natación.
                         —¡Te rogamos —por décima vez— que regreses aquí! ¡Por favor, danos
                  una oportunidad de dialogar! ¡Nadie va a hacerte daño!




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