Page 16 - Socorro_12_cuentos_para_caerse_de_miedo
P. 16

—¿Q--ué..? —balbuceó Oriana.
                         —¿Qué  cosa?  —Camila  también  se  mostró  interesada,  lógico  (aunque
                  seguía  sin  quejarse,  el  temor  la  hacía  temblar).  Martina  continuó  con  su
                  explicación:
                         —Nos  tapamos  bien  —cada  una  en  su  cama—  y  estiramos  los  brazos,
                  bien estirados hacia afuera, hasta darnos las manos.
                         Enseguida, lo hicieron.
                         Obviamente,  Oriana  fue  la  que  se  sintió  más  amparada:  al  estar  en  el
                  medio de sus dos amigas y abrir los brazos en cruz, pudo sentir un apretoncito en
                  ambas manos.
                         —¡Qué suertuda Ori!, ¿eh? —bromeó Camila.
                         —Desde tu cama se recibe compañía de los dos lados...
                         —En cambio, nosotras... —completó Martina— sólo con una mano...
                         Y  así  —de  manos  fuertemente  entrelazadas—  las  tres  niñas  lograron
                  vencer buena parte de sus miedos.
                         Al rato, todas dormían.
                         Afuera, la tormenta empezaba a despedirse.
                         Gracias  a  Dios,  la  abuela  ya  se  siente  bien  —les  contó  la  madre  al
                  amanecer del día siguiente, en cuanto retornaron a la casa con su marido  y su
                  suegra y dispararon al primer piso para ver cómo estaban las chicas—. Fue sólo
                  un  susto.  Como  —a  su  regreso—  las  niñas  dormían  plácidamente,  la  abuela
                  misma había sido la encargada de despertarlas para avisarles que todo estaba en
                  orden. ¡Qué alegría!
                         —Así me gusta. ¡Son muy valientes! Las felicito —y la abuela las besó y
                  les prometió servirles el desayuno en la cama, para mimarlas un poco, después de
                  la noche de nervios que habían pasado.
                         —No  tan  valientes,  señora...  Al  menos,  yo  no...  —susurró  Oriana,  algo
                  avergonzada  por  su  comportamiento  de  la  víspera—.  Fue  su  nieta  la  que
                  consiguió que nos calmáramos...
                         Tras esta confesión de la nena, padres y abuela quisieron saber qué habían
                  hecho para no asustarse demasiado.
                         Entonces, las tres amiguitas les contaron:
                         —Nos tapamos bien, cada una en su cama como ahora...
                         —Estirarnos los brazos así, como ahora...
                         —Nos dimos las manos con fuerza, así, como ahora...
                         ¡Qué  impresión  les  causó  lo  que  comprobaron  en  ese  instante,  María
                  Santísima! Y de la misma no se libraron ni los padres ni la abuela.
                         Resulta que por más que se esforzaron  —estirando los brazos a más no
                  poder— sus manos infantiles no llegaban a rozarse siquiera.
                         ¡Y había que correr las camas laterales unos diez centímetros hacia la del
                  medio para que las chicas pudieran tocarse —apenas— las puntas de los dedos!
                         Sin  embargo,  las  tres  habían  —realmente—  sentido  que  sus  manos  les
                  eran estrechadas por otras, no bien llevaron a la acción la propuesta de Martina.
                         —¿Las manos de quién??? —exclamaron entonces, mientras los adultos
                  trataban de disimular sus propios sentimientos de horror.
                         —¿De  quiénes???  —corrigió  Oriana,  con  una  mueca  de  espanto.  ¡Ella




                                                           16
   11   12   13   14   15   16   17   18   19   20   21