Page 13 - Socorro_12_cuentos_para_caerse_de_miedo
P. 13
MANOS
Montones de veces —y a mi pedido— mi inolvidable tío Tomás me contó
esta historia "de miedo" cuando yo era chica y lo acompañaba a pescar ciertas
noches de verano.
Me aseguraba que había sucedido en un pueblo de la provincia de Buenos
Aires. En Pergamino o Junín o Santa Lucía... No recuerdo con exactitud este dato
ni la fecha cuando ocurrió tal acontecimiento y —lamentablemente— hace años
que él ya no está para aclararme las dudas. Lo que sí recuerdo es que —de entre
todos los que el tío solía narrarme mientras sostenía la caña sobre el río y yo me
echaba a su lado, cara a las estrellas— este relato era uno de mis preferidos.
—¡Te pone los pelos de punta y —sin embargo— encantada de
escucharlo! ¿Quién entiende a esta sobrina? —me decía el tío—. Ah, pero
después no quiero quejas de tu mamá, ¿eh? Te lo cuento otra vez a cambio de tu
promesa...
Y entonces yo volvía a prometerle que guardaría el secreto, que mi madre
no iba a enterarse de que él había vuelto a narrármelo, que iba a aguantarme sin
llamarla si no podía dormir más tarde cuando —de regreso a casa— me fuera a la
cama y a la soledad de mi cuarto.
Siempre cumplí con mis promesas. Por eso, esta historia de manos —
como tantas otras que sospecho eran inventadas por el tío o recordadas desde su
propia infancia— me fue contada una y otra vez.
Y una y otra vez la conté yo misma —años después— a mis propios
"sobrinhijos" así como —ahora— me dispongo a contártela: como si —
también— fueras mi sobrina o mi sobrino, mi hija o mi hijo y me pidieras:
—¡Dale, tía; dale, mami, un cuento "de miedo"!
Y bien. Aquí va:
Martina, Camila y Oriana eran amigas amiguísimas.
No sólo concurrían a la misma escuela sino que —también— se
encontraban fuera de los horarios de las clases. Unas veces, para preparar tareas
escolares y otras, simplemente para estar juntas.
De otoño a primavera, las tres solían pasar algunos fines de semana en la
casa de campo que la familia de Martina tenía en las afueras de la ciudad.
¡Cómo se divertían entonces! Tantos juegos al aire libre, paseos en
bicicleta, cabalgatas, fogones al anochecer...
Aquel sábado de pleno invierno —por ejemplo—lo habían disfrutado por
completo, y la alegría de las tres nenas se prolongaba —aún— durante la cena en
el comedor de la casa de campo porque la abuela Odila les reservaba una
sorpresa: antes de ir a dormir les iba a enseñar unos pasos de zapateo americano,
al compás de viejos discos que había traído especialmente para esa ocasión.
Adorable la abuela de Martina. No aparentaba la edad que tenía. Siempre
dinámica, coqueta, de buen humor, conversadora. Había sido una excelente
13